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José María Vargas Vila

José María Vargas Vila

Leonardo Bauci acababa de atravesar una de las grandes crisis de su vida tumultuosa y bravía, que era como un gran clamor de tempestad;
sembrador de conmociones, terrible agitador de conciencias y de hombres, estaba aún estremecido, lleno del estupor de los últimos combates que su palabra profética había lidiado, de pie, sobre las demencias de los pueblos;
las llanuras desoladas, que dormían bajo la noche, habían gritado desgarradas por el arado de aquel pensamiento que ansiaba renovarlo todo;
las aguas estancadas de los viejos lagos meditativos, soñadores bajo la bruma, se habían alzado mugidoras, cuando el huracán de aquel verbo pasó agitándolas, hasta en lo más profundo de sus limos tenebrosos;
todo lo que dormía fue despertado;
todo lo que vegetaba fue llamado a la vida;
todo lo letal y lo fatal, herido por su palabra, gruñía contra él, como una inmensa mar enfurecida;
todo lo que el relámpago había alumbrado, arrojaba sobre el rayo bocanadas de sombra;
nada de eso había lastimado ni inquietado su corazón;
su genio épico cabalgaba sobre las tormentas como en un hipogrifo de fuego, y volaba sobre los mares en cólera, como un inmenso pájaro de luz;


Fragmento de La simiente , de José María Vargas Vila , nacido el 23 de julio de 1860.

El 23 de julio de 1888 nacía Raymond Chandler
El 23 de julio de 1919 nacía Héctor Germán Oesterheld
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Giovannino Guareschi

Giovannino Guareschi

Don Camilo era un perfecto hombre de bien, pero junto con una formidable pasión por la caza tenía una espléndida escopeta con admirables cartuchos "Walsrode".
Además, el coto del barón Stocco distaba solamente cinco kilómetros del pueblo y constituía una verdadera tentación, no sólo por la caza que encerraba, sino también porque las gallinas de la comarca sabían que bastaba refugiarse detrás del alambrado para poder reírseles en la cara a quienes pretendían retorcerles el pescuezo.
Nada de extraño, por consiguiente, que una tarde don Camilo, con sotana, anchos pantalones de fustán y un sombrerote de fieltro en la cabeza, se encontrara dentro del coto del barón. La carne es débil y aun más débil la carne de los cazadores. Y tampoco es de extrañar que a don Camilo se le escapara un tiro que fulminó a una liebre de un metro de largo. La vio en tierra, la colocó en el morral y ya se disponía a batirse en retirada cuando topó de improviso con alguien. Entonces calóse el sombrero hasta las cejas y le disparó al bulto un cabezazo en el estómago para derribarlo boca arriba, pues no era propio que en el pueblo se supiera que el párroco había sido sorprendido por el guardabosque cazando furtivamente en vedado.
El lío fue que el otro había tenido la misma idea del cabezazo, y así, las dos calabazas se encontraron a medio camino. Fue tan potente el encontronazo que los mandó de rebote a sentarse en el suelo con un terremoto en la cabeza.
-Un melón tan duro no puede pertenecer sino a nuestro bien amado señor alcalde -refunfuñó don Camilo apenas se le hubo despejado la vista.
-Una calabaza de esta especie no puede pertenecer sino a nuestro bien amado arcipreste -repuso Pepón rascándose la cabeza.
El caso es que también Pepón cazaba furtivamente en el lugar y tenía, también él, una gruesa liebre en el morral.


Fragmento de la novela Don Camilo (Un mundo pequeño) , de Giovannino Guareschi , fallecido el 22 de julio de 1968.

El 22 de julio de 1972 fallecía Max Aub
El 22 de julio de 1990 fallecía Manuel Puig
El 22 de julio de 2001 fallecía Indro Montanelli
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Archibald Joseph Cronin

Archibald Joseph Cronin

Afuera, una lluvia torrencial oscurecía el espacio comprendido entre las montañas que se alzaban a los lados de la única vía férrea. Las cimas de las elevaciones ocultábanse en la gris extensión del cielo, pero sus laderas descendían negras y desoladas, con las cicatrices de las excavaciones mineras, manchadas aquí y allá por grandes montones de escoria por los que vagaban algunas ovejas sucias, con la vana esperanza de hallar pastos. No se veía un arbusto ni una brizna de vegetación. Los árboles, contemplados a la luz declinante, eran magros y escuálidos espectros. En una curva de la línea dejóse ver el resplandor rojizo de una fundición, iluminando a una veintena de trabajadores desnudos hasta la cintura, con los torsos tensos y los brazos levantados en actitud de golpear. Aunque el cuadro desapareció rápidamente tras la confusión de las maquinarias de una mina, persistía una sensación tensa y vívida de fuerza. Manson suspiró profundamente. Sintió una afluencia de energía, una súbita y sobrecogedora alegría, nacida de la esperanza y la promesa del futuro.
Había llegado la noche, subrayando lo extraño y remoto del cuadro, cuando media hora después la máquina se detenía resoplando en Drineffy. Por fin había llegado. Tomando la maleta, Manson saltó del tren y recorrió apresuradamente la plataforma, buscando ansiosamente una señal de bienvenida. A la salida de la estación, junto a un farol agitado por el viento, esperaba un anciano de rostro amarillento, con sombrero y un impermeable como un camisón.


Fragmento de La ciudadela , de Archibald Joseph Cronin , nacido el 19 de julio de 1896.

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Erasmo de Rótterdam

Erasmo de Rótterdam

¿Qué he de recordaros de los cortesanos? Nada hay más servil, más rastrero, más necio y más despreciable que muchos de ellos y se tienen por los primeros en todo. Solamente en una cosa son modestos: se contentan con cubrirse de oropel, de pedrería, de púrpura y las demás insignias de la virtud y la sabiduría, dejando a los otros poner en práctica estas cualidades. Son felices pudiendo llamar al rey «señor», saludar debidamente, saber usar los tratamientos de «Serenidad», «Majestad», o «Excelencia», tener siempre expresión imperturbable y jocosidad aduladora, pues éstas son artes convenientes a los cortesanos y a los nobles. Pero si nos fijamos de más cerca en su manera de vivir, no son sino unos verdaderos feacios y vanos pretendientes de Penélope, y... ya sabéis lo que falta del verso, puesto que Eco os lo podrá repetir mejor que yo. Duermen hasta mediodía; casi acostados aún, oyen la misa que de prisa y corriendo les dice el capellán que tienen a sueldo; en seguida desayunan y, apenas han terminado, ya piden la comida; luego se entretienen con los dados, el ajedrez, los juegos de azar, las bufonadas, los cómicos, las mujeres galantes, las chocarrerías y los chistes y de cuando en cuando toman un tentempié. Llega luego la cena y tras ella las libaciones, y, ¡por Jove, que no son pocas! Y de esta manera, libres del menor cansancio de la vida, pasan las horas, los días, los meses, los años y los siglos. Yo misma, al contemplar en ciertas ocasiones a estos vanidosos, siento náuseas, principalmente cuando entre esos fanfarrones veo a una ninfa que se cree más próxima a los dioses cuanto más larga es la cola que arrastra, o esos próceres que se abren paso a codazos, para situarse más cerca de Júpiter, y, en fin, esa serie de individuos cuyo engreimiento crece conforme al peso de la cadena que llevan al cuello, ostentando no sólo opulencia, sino vigor físico.

Fragmento del Elogio de la locura, de Erasmo de Rótterdam , fallecido el 12 de julio de 1536.

Elogio de la locura en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
El 12 de julio de 1817 nacía Henry David Thoreau
El 12 de julio de 1876 nacía Max Jacob
El 12 de julio de 1892 nacía Bruno Schulz
El 12 de julio de 1904 nacía Pablo Neruda
El 12 de julio de 2006 fallecía Hubert Lampo
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Frederick Marryat

Frederick Marryat

Mi padre no nació en las montañas Hartz, ni fue en un principio habitante de ellas; era siervo de un noble húngaro que tenía grandes posesiones en Transilvania; ahora bien, aunque siervo, de ninguna manera era mi padre un hombre pobre o analfabeto. Por el contrario, tenía riquezas, siendo tales su inteligencia y su respetabilidad, que el amo lo había elevado al cargo de administrador. Pero quien siervo nace siervo permanece, aunque acumule riquezas: ésa era la condición de mi padre. Llevaba casado unos cinco años, y de aquel matrimonio nacieron tres hijos, mi hermano mayor César, yo mismo (Herman) y una hermana llamada Marcela. Como bien sabes, Philip, el latín sigue siendo la lengua que se habla en aquel país, lo que explica la sonoridad de nuestros nombres. Era mi madre una mujer muy bella, por desgracia más bella que virtuosa. Viola y admiróla el señor de aquellas tierras, quien envió a mi padre en alguna misión. Durante su ausencia mi madre, halagada por las atenciones y conquistada por la asiduidad del noble, cedió a los deseos de éste. Sucedió que mi padre volvió antes de lo esperado y descubrió la intriga. No había dudas del vergonzoso acto de mi madre ¡pues la sorprendió en compañía de su seductor! Llevado por la impetuosidad de sus sentimientos, mi padre esperó la oportunidad de un nuevo encuentro entre aquéllos, y asesinó a la esposa y al amante. Consciente de que, como siervo, ni siquiera la ofensa recibida iba a servirle para justificar su conducta, con toda rapidez reunió cuanto dinero pudo y, por encontrarnos entonces en lo más duro del invierno, ató sus caballos al trineo, tomó a sus hijos y partió mediada la noche; se encontraba muy lejos cuando se supo del trágico suceso. Seguro de que lo perseguirían y de que ninguna oportunidad tendría de escapar, ni de permanecer en alguna parte de su país nativo (donde podían echarle mano las autoridades), mantuvo su huída sin descanso ninguno hasta enterrarse en los vericuetos y el aislamiento de las montañas Hartz.

Fragmento del relato La mujer loba , de Frederick Marryat , nacido el 10 de julio de 1792.

El 10 de julio de 1871 nacía Marcel Proust
El 10 de julio de 1902 nacía Nicolás Guillén
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Jean Ray

Jean Ray

Andaba.
No pensaba en asombrarme por ello exorbitantemente. Sin duda, Elodie y la gente que le rodeaba se habían equivocado al creerme clavado en el lecho por una inexplicable parálisis.
Andaba por encima de la arena, suave como fieltro.
Era uno de esos hermosos días que enero destina, a veces, a los pueblos situados a orillas del mar, pleno de luz y de suavidad primaveral.
Una columna de humo subía de una hondonada de la duna y descubrí allí una casita de pescador. Al acercarme oí el chirrido de una muestra de hierro pintada.
Inscripciones torpes cantaban la bondad de la cerveza y del vino de sus bodegas y la excelencia de su cocina. El retrato de un hombre gordo color canario, de ojos bizcos y cabeza rapada, terminada por una larga y delgada trenza, anunciaba al transeúnte que el albergue aislado se llamaba «El Chino Sagaz».
Empujé la puerta y me encontré solo en una especie de cuadrado, de paredes de madera de pino americano, alrededor del cual reinaban acogedoras banquetas de cuero.
El mostrador, que limitaba al fondo, estaba cubierto de frascos y de canecos y los licores lucían en ellos con tonos de oriflama.
Llamé, golpeando la madera sonora del mostrador.
Nadie me contestó, y, a decir verdad, yo no esperaba a nadie.
De repente sentí la angustiosa sensación de no estar ya solo.
Miré a mi alrededor y viré sobre mis talones con lento movimiento de rotación para que nada pudiese escapar a mis ojos.
La taberna estaba vacía, pero la presencia era innegable.
Hubo un momento en que yo creí descubrirla en un rincón de la banqueta del fondo.
Pero no, no era más que un nuevo engaño de mis sentidos. La mesa brillaba, vacía y limpia, y el humo no era más que un juego de reflejos.
Al minuto después, la ilusión se renovaba; esta vez puramente auditiva.
Oí el choque de un vaso que se deja y el chirrido de una pipa al encenderse.
Mis miradas se deslizaron a lo largo de las banquetas y se posaron en el otro ángulo, el más oscuro de la sala. Vi la forma.


Fragmento de la novela Malpertuis , de Jean Ray , nacido el 8 de julio de 1857.

El 8 de julio de 1956 fallecía Giovanni Papini
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Claude Simon

Claude Simon

y más tarde, cuando Louise recordará ese tiempo —los diez días que transcurrieron en esa tibia agonía del verano moribundo—, no le parecerá un pedazo de tiempo preciso, medible y limitado, sino que tendrá la apariencia de un período vago, cortado, compuesto por una sucesión, una alternancia de agujeros, de sombra y claros: la habitación cerrada , la deslumbrante luz del exterior, la exuberante y loca vegetación de septiembre, la penumbra, el rostro momificado, la gloria, la paz de los días crepusculares—, viéndose, pudiendo ver el traje claro corriendo en la pantalla de la memoria, la mancha luminosa perseguida por el haz del proyector bajando la verde colina, o tal vez sin correr, caminando con paso igual, por lo menos hasta el límite de los castaños con hojas ya amarillentas, bordeadas, atacadas por un borde marrón que empezaba a arrugarlas, y, en cuanto no podían verla ya, corriendo entonces, huyendo a través del ensordecedor concierto de los gorriones, no yendo hacia nada, puesto que no era aún la hora, sino huyendo del sonido, el estertor, las forjas de Vulcano soplando, el ruido de la fragua, el corazón saltando enloquecido por la carrera, las pulsaciones aceleradas de la sangre, latiendo con golpes violentos, sus senos subiendo y bajando, mientras ella se mantenía inmóvil, fuera ya, habiendo escapado al estertor, luchando, la cólera, la rebelión, luchando contra el amargo sabor de las lágrimas, repitiendo, No no, repitiendo, Ella no es nada mío ella no puede ella no tiene derecho, frente a frente con el gato agazapado, aplastado en lo alto del muro desmoronado, la brecha fácil de franquear por la que ella puede ver la curva de la carretera, todavía desierta, la mirada acerada y amarilla fija en ella, aferrada a ella, clavándose en ella como unas uñas, parecidos los dos a unos ladrones sorprendidos, espiándose, culpables, las pupilas alerta tras la estrecha ranura de los párpados, entre las zarzas entrelazadas, los millares de hojitas oscilando indiferentes y sin tregua, las ramas suavemente balanceadas, las nubes indiferentes, el zumbar continuado de los insectos que giraban indiferentes, los tallos entrelazados de los girasoles silvestres, la hierba silvestre, las lenguas de las hierbas lamiéndole las piernas desnudas, y al final el gato dando media vuelta, sin transición, girando bruscamente la cabeza, dejando de mirarla, negándola, borrándola, suprimiéndola, no sólo de su conciencia, sino del mundo, desinteresándose de ella como si ella hubiera perdido de pronto toda existencia...

Fragmento de la novela La hierba , de Claude Simon , fallecido el 6 de julio de 2005.

El 6 de julio de 1535 fallecía Thomas More
El 6 de julio de 1893 fallecía Guy de Maupassant
El 6 de julio de 1962 fallecía William Faulkner
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Wislawa Szymborska

Wislawa Szymborska

Un poeta está leyendo para los ciegos.
Nunca sospechó que fuera tan difícil.
Se le quiebra la voz.
Le tiemblan las manos.
Siente que aquí la sombra
examina cada frase.
Tendrá que defenderse sola,
sin luces ni colores.
Una aventura peligrosa
para las estrellas en sus poemas,
para el alba, el arco iris, las nubes, luces de neón, la luna,
para el pez que hasta ahora fue plata bajo el agua,
y el halcón tan silenciosamente alto en el cielo.
Sigue leyendo –porque es muy tarde para detenerse—
acerca de un niño de chaqueta amarilla en la pradera verde,
lee de tejados rojos que se ven claramente en el valle,
los números inquietos de las camisas de los jugadores,
y de un extraño desnudo en la puerta entreabierta.
Le gustaría entregarles –aunque no sea posible—
todos aquellos santos del techo de la catedral,
aquella mano que se despide desde la ventana del tren,
el lente del microscopio, el rayo de luz en la alhaja,
pantallas de video, y espejos, y el álbum con rostros.
Sin embargo grande es la bondad de los ciegos,
grande su compasión y generosidad.
Escuchan, sonríen y aplauden.
Uno de ellos hasta se le acerca
sosteniendo un libro patas arriba
y le pide un autógrafo invisible.


La bondad de los ciegos , poema de Wislawa Szymborska , nacida el 2 de julio de 1923. Fuente: Boletín Isla Negra )

El 2 de julio de 1877 nacía Hermann Hesse
El 2 de julio de 1961 fallecía Ernest Hemingway
El 2 de julio de 1977 fallecía Vladímir Nabókov
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Louis-Ferdinand Céline

Louis-Ferdinand Céline

Todo son esfuerzos para alejar de aquellos lugares la verdad, que no cesa de volver a llorar sobre todo el mundo; por mucho que se haga, por mucho que se beba, aunque sea vino tinto, espeso como la tinta, el cielo sigue siendo igual allí, cerrado, como una gran charca para los humos del suburbio.
En tierra, el barro se agarra al cansancio y los flancos de la existencia están cerrados también, bien cercados por inmuebles y más fábricas. Son ya féretros las paredes por ese lado. Como Lola se había ido para siempre y Musyne también, ya no me quedaba nadie. Por eso había acabado escribiendo a mi madre, por ver a alguien. A los veinte años ya sólo tenía pasado. Recorrimos juntos, mi madre y yo, calles y calles dominicales. Ella me contaba las insignificancias relativas a su comercio, lo que decían de la guerra a su alrededor, en la ciudad, que era triste, la guerra, «espantosa» incluso, pero que con mucho valor acabaríamos saliendo todos de ella, los caídos para ella no eran sino accidentes, como en las carreras; si se agarraran bien, no se caerían. Por lo que a ella respectaba, no veía en la guerra sino una gran pesadumbre nueva que intentaba no agitar demasiado; parecía que le diera miedo aquella pesadumbre; estaba repleta de cosas temibles que no comprendía. En el fondo, creía que los humildes como ella estaban hechos para sufrir por todo, que ésa era su misión en la Tierra, y que, si las cosas iban tan mal recientemente, debía de deberse también, en gran parte, a las muchas faltas acumuladas que habían cometido, los humildes... Debían de haber hecho tonterías, sin darse cuenta, por supuesto, pero el caso es que eran culpables y ya era mucha bondad que se les diera así, sufriendo, la ocasión de expiar sus indignidades... Era una «intocable», mi madre.
Ese optimismo resignado y trágico le servía de fe y constituía el fondo de su temperamento.
Seguíamos los dos, bajo la lluvia, por las calles sin edificar; por allí las aceras se hunden y desaparecen, los pequeños fresnos que las bordean conservan mucho tiempo las gotas en las ramas, en invierno, trémulas al viento, humilde hechizo. El camino del hospital pasaba por delante de numerosos hoteles recientes, algunos tenían nombre, otros ni siquiera se habían tomado esa molestia. «Habitaciones por semanas», decían, simplemente. La guerra los había vaciado, brutal, de su contenido de obreros y peones. No iban a volver ni siquiera para morir, los inquilinos. También es un trabajo morir, pero lo harían fuera.


Fragmento de Viaje al fin de la noche , de Louis-Ferdinand Céline , fallecido el 1 de julio de 1961.

El 1 de julio de 1804 nacía George Sand
El 1 de julio de 1909 nacía Juan Carlos Onetti
El 1 de julio de 1992 fallecía Daniel Moyano
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José Emilio Pacheco

José Emilio Pacheco

Escuché sin ser visto una conversación entre mis padres. Pobre Carlitos. No te preocupes, se le pasará. No, esto lo va a afectar toda su vida. Qué mala suerte. Cómo pudo ocurrirle a nuestro hijo. Fue un accidente, como si lo hubiera atropellado un camión, haz de cuenta. Dentro de unas semanas ya ni se acordará. Si hoy le parece injusto lo que hemos hecho, cuando crezca comprenderá que ha sido por su bien. Es la inmoralidad que se respira en este país bajo el más corrupto de los regímenes. Ve las revistas, el radio, las películas: todo está hecho para corromper al inocente.
Así pues, estaba solo, nadie podía ayudarme. El mismo Héctor consideraba todo una travesura, algo divertido, un vidrio roto por un pelotazo. Ni mis padres ni mis hermanos ni Mondragón ni el padre Ferrán ni los autores de los tests se daban cuenta de nada. Me juzgaban según leyes en las que no cabían mis actos.

Entré en la nueva escuela. No conocía a nadie. Una vez más fui el intruso extranjero. No había árabes ni judíos ni becarios pobres ni batallas en el desierto -aunque sí, como siempre, inglés obligatorio. Las primeras semanas resultaron infernales. Pensaba todo el tiempo en Mariana. Mis padres creyeron que me habían curado el castigo, la confesión, las pruebas psicológicas de las que nunca pude enterarme. Sin embargo, a escondidas y con gran asombro del periodiquero, compraba Vea y Vodevil, practicaba los malos tactos sin conseguir el derrame. La imagen de Mariana reaparecía por encima de Tongolele, Kalantán, Su Muy Key. No, no me había curado: el amor es una enfermedad en un mundo en que lo único natural es el odio.

Fragmento de Las batallas en el desierto , de José Emilio Pacheco , nacido el 30 de junio de 1939.

El 30 de junio de 1911 nacía Czeslaw Milosz
El 30 de junio de 1912 nacía Leopoldo Zea

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Lafcadio Hearn

Lafcadio Hearn

"Como en Hõrai nadie tiene conocimiento del mal, los corazones jamás envejecen. Y, siendo siempre jóvenes de corazón, los habitantes de Hõrai sonríen desde que nacen hasta que mueren, salvo cuando los Dioses les infligen algún dolor; y los rostros permanecen velados hasta que ese dolor se disipa. Toda la gente de Hõrai ama al prójimo y confía en él, tal como si todos integraran una sola familia; y la voz de las mujeres semeja el canto de un pájaro, porque sus corazones son ligeros como los de los pájaros, y el susurro de las mangas de las doncellas, cuando juegan, evoca fugaces y pesados aleteos. Salvo las penas, nada se oculta en Hõrai, porque allí no hay motivo de vergüenza; y nada se encierra bajo llave, porque allí no se concibe el robo; y tanto de día como de noche las puertas permanecen sin tranca, porque no hay nada que temer. Y como quienes habitan Hõrai son seres sobrenaturales, aunque mortales, todos los objetos de Hõrai (salvo el palacio del Rey-Dragón) son diminutos, preciosos y extraños ; y esas criaturas comen el arroz, sí, en escudillas muy pequeñas, y beben el vino en copas muy, muy pequeñas...”
Buena parte de tal apariencia se debería a la inhalación de esa atmósfera espectral, mas no su totalidad. Pues el sortilegio forjado por los muertos no es sino el encanto de un Ideal, el destello de una antigua esperanza; y tal esperanza de algún modo se ha colmado en muchos corazones -en la sencilla belleza de las vidas sin egoísmo- en la dulzura de la Mujer...
Maléficos vientos del Oeste arrecian sobre Hõrai, y disipan, ay, esa atmósfera mágica. Ésta hoy se demora sólo en franjas y fragmentos... esas rutilantes franjas de nubes, por ejemplo, que atraviesan los paisajes de los pintores japoneses. Aún puede hallarse a Hõrai bajo los jirones de ese vapor etéreo, mas en ninguna otra parte... Recordemos que Hõrai también se llama Shinkirõ, que significa Espejismo: la Visión de lo Intangible. La Visión se difumina y jamás volverá a aparecer, salvo en cuadros y sueños y poemas.


Fragmento del relato Hörai , de Lafcadio Hearn , nacido el 27 de junio de 1850.

El 27 de junio de 1908 nacía João Guimarães Rosa
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Leopoldo Marechal

Leopoldo Marechal

(Aunque ninguna lección escrita del filósofo lo corrobore, la tradición oral conservada por sus discípulos nos enseña que Samuel Tesler vivía en este mundo como en un hotel deplorable en el cual —según afirmaba tristemente— se hacía él, desde su nacimiento, una cura de reposo integral para restablecerse del cansancio de haber nacido. Si se le preguntaba el origen de aquella fatiga rebelde a cualquier tratamiento, el filósofo la daba como resultante de las numerosas reencarnaciones que había sufrido él desde la bipartición del Hermafrodita original, pues declaraba solemnemente haber sido faquir en Calcuta, eunuco en Babilonia, esquilador de perros en Tiro, flautista en Cartago, sacerdote de Isis en Menfis, puta en Corinto, usurero en Roma y alquimista en el París medieval. Interrogado cierta vez en el café «Las Rosas» de Villa Crespo sobre si un trabajo cualquiera no lograría mitigarle el hastío de tantas y tan diversas transmigraciones, contestó Samuel Tesler que el trabajo no era una virtud «esencial» de la naturaleza humana —ya que el todopoderoso Elohim había creado al hombre sólo para el ocius poeticus—, sino un menoscabo «accidental» introducido en ella por obra de la indócil «costilla separada»; y que siendo él, Samuel Tesler, un hombre afirmado en las esencias, mal podía condescender al azar de un accidente que le recordaba el ingrato episodio del Paraíso. Cuéntase que otra vez, en la glorieta de Ciro Rossini, un vendedor de colchas reabrió ante Samuel Tesler el manoseado litigio de la Cigarra y la Hormiga , y que el filósofo, no sin antes expresar su desdén por los animales invertebrados y los vendedores de colchas, defendió heroicamente la bandera de la Cigarra, a cuya salud bebió en seguida tres copas de vino siciliano. Y como el vendedor de colchas insistiese aún en preguntarle cuál era la economía ideal, respondió Samuel Tesler que la del pájaro, único animal terrestre capaz de convertir diez granitos de alpiste que comía, en tres horas de música y en un miligramo de estiércol.)

Fragmento de Adán Buenosayres , de Leopoldo Marechal , fallecido el 26 de junio de 1970.

Ya ha aparecido el nº 6 de la revista Narrativas
El 26 de junio de 1892 nacía Pearl S. Buck
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Julia Kristeva

Julia Kristeva

En Inglaterra, la novela social del siglo XIX convierte la infancia en la cortina de lágrimas que refleja la miseria del mundo: una visión que prefigura la de los románticos, quienes realizarán la consagración del niño y harán de él el antepasado del hombre, para bien y para mal. Dickens describió su propia infancia miserable. En Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll creó una infancia mítica, tejida con sus ensueños poéticos y sus pulsiones secretas. Peter Pan, héroe ficticio, cuya estatua muy real se eleva en Londres, es un mito increíblemente popular, que celebra la infancia a la vez prohibida y añorada. E incluso el moderno William Golding (1914), en El señor de las moscas (1954), opone de manera paródica el desencadenamiento de la cruel perversidad de los niños y su inventiva seductora, en la serie La banda de los cinco, donde crean una sociedad paralela llena de inteligencia y simpática extravagancia... El niño parece ser el objeto de deseo por excelencia del imaginario inglés, que calificaríamos de buena gana de paidófilo si el término pudiera aún vestirse de una cierta inocencia puritana.

Fragmento de El genio femenino , de Julia Kristeva , nacida el 24 de junio de 1941.

El 24 de junio de 1842 nacía Ambrose Bierce
El 24 de junio de 1911 nacía Ernesto Sabato
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Leon Uris

Leon Uris

Saliendo del hospicio para entrar en el reformatorio, y saliendo del reformatorio para entrar en el hospicio, el chaval iba camino de volverse un incorregible, cuando el hado le echó una mano. He ahí que lo enviaron, a prueba, a un procurador protestante de Ballymoney , pueblo no mayor que una manchita en la carretera, pero que había conseguido cierta prosperidad como terminal del ferrocarril de las minas de hierro. Trabajando como mozo de establo, inició una alucinante historia, aprendiendo a leer y escribir por sí mismo a la luz de una vela, a consecuencia de lo cuál se arruinó la vista. Tan despejado era el muchacho, que el procurador se lo llevó a su oficina, y al cabo de poquísimo tiempo estaba condimentando documentos legales de la mayor consideración. Y siguió adelante hasta llegar a ser uno de los poquísimos abogados católicos del Ulster, regresando a Derry para dedicar su vida al mejoramiento de los campesinos y los moradores de los suburbios, por igual.
Para nosotros, la ley era una cosa extraña: nos era tan ajena como los ritos tribales africanos. Aunque estuviéramos sometidos a ella, manipulados y atropellados por ella, conservaba siempre su carácter de fuerza tremenda y mística superior a nuestros conocimientos. Todos los relacionados con la ley —la Corona, los tribunales y los soldados que leían los edictos— eran matones que nos obligaban a tomar parte en un juego llevado según las reglas dictadas por ellos y expresadas en un lenguaje que sólo ellos entendían. Sabíamos poca cosa de nuestros derechos y nada en absoluto sobre la manera de servirnos de la ley. La ley continuaba siendo un garrote propiedad de lord Hubble y los protestantes; y a nosotros no nos quedaba defensa alguna contra sus jueces, todos vestidos como príncipes, ni contra sus documentos, todos cubiertos de sellos.


Fragmento de Trinidad , de Leon Uris , fallecido el 21 de junio de 2003.

El 21 de junio de 1527 fallecía Nicolás Maquiavelo
El 21 de junio de 1905 nacía Jean-Paul Sartre
El 21 de junio de 1948 nacía Ian McEwan
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Juan Bautista Alberdi

Juan Bautista Alberdi

Una de las bellezas que arrebatan la atención del que llega a Tucumán son las faldas de las montañas San Javier. Sobre unas vastas y limpias sábanas de varios colores se ve brillar a la izquierda un convento de jesuitas que parece que estuviera suspendido en el aire. Sigue al norte la falda de San Pablo, cuyo declive rápido deja percibir el principio y fin de unas islas de altísimos laureles que lucen sobre un fondo azulado. Una vez penetré los bosques que quedan al occidente del pueblo por una calle estrecha de cedros y cebiles de 15 cuadras, al cabo de la cual, abriose repentinamente a mis ojos una vasta plaza de figura irregular. Este lugar es la Yerba Buena. Es limitado en casi todas direcciones por los lados redondeados de muchas islas de laureles, por entre los cuales a veces pasa la vista a detenerse a lo lejos en otros bosques y prados azules. Al oeste es coronado el cuadro por las montañas cuyas amenas y umbrosas faldas principian en el campo mismo. Quise penetrar esta floresta. No fui más sorprendido al ver la pintura que hizo el cantor del Edén, de la entrada del Paraíso. Unos laureles frondosos extendieron primeramente sus copas sobre nuestras cabezas. Un arroyo tímido y dulce se hizo cargo de nuestra dirección. Semejante guía no podía conducirnos mal. Adornaban sus orillas unos bosquecitos de una vara de alto de mirto, cuyas brillantes y odorífícas hojas lucían sobre un ramaje de una limpieza y blancura metálica. Poco a poco nos vimos toldados de una espléndida bóveda de laureles, que reposaba sobre columnas distantes entre sí. Me pasmaba la audacia de aquellos gigantescos árboles que parecía que pretendían ocultar sus cimas en los espacios del cielo. Bajo este otro mundo de gloria se levantan a poca altura con increíble gracia, mil bosquecillos de mirto de todas edades, lo que me representó a las musas bajo el amparo de los héroes. Un dulce y oloroso céfiro agitaba el cielo de laureles y descendiendo sobre nuestras cabezas vulgares una lluvia gloriosa de sus hojas, usurpábamos inocentemente un derecho de Belgrano y de Rossini. Como en las obras maestras de arquitectura, nuestras palabras se propagaban, o como si las musas imitadoras nos las arrebataran para repetirlas en el seno de los bosques.

Fragmento de Memoria descriptiva de Tucumán , de Juan Bautista Alberdi , fallecido el 19 de junio de 1884.

El 19 de junio de 1861 nacía José Rizal
El 19 de junio de 1993 fallecía William Golding
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John Cheever

John Cheever

Esto lo escribo en otra casa de campo a orillas del mar, sobre la costa. La ginebra y el whisky han marcado anillos en la mesa frente a la cual me siento. Hay poca luz. De la pared cuelga una litografía coloreada de un gatito que tiene puestos un sombrero adornado con flores, un vestido de seda y guantes. El aire huele a moho, pero yo creo que es un olor grato, vivificante y carnal, como el agua de la sentina y el viento en tierra. Hay marea alta, y el mar bajo el farallón golpea los muros de contención y las puertas y sacude las cadenas con fuerza tal que salta la lámpara sobre mi mesa. Estoy aquí, solo, para descansar de una sucesión de hechos que comenzó un sábado por la tarde, cuando estaba paleando en mi jardín. Treinta o cincuenta centímetros bajo la superficie descubrí un pequeño recipiente redondo que podía haber contenido cera para lustrar zapatos. Con un cortaplumas abrí el recipiente. Dentro encontré un pedazo de tela encerada, y al desplegarla hallé una nota escrita sobre papel rayado. Leí: «Yo, Nils Jugstrum, me prometo que si al cumplir los veinticinco años no soy socio del Club Campestre de Arroyo Gory, me ahorcaré». Sabía que veinte años antes el vecindario en que vivo era tierra de cultivo, y supuse que el hijo de un agricultor, mientras contemplaba los verdes senderos del arroyo Gory, habría formulado su juramento y lo habría enterrado en el suelo. Me conmovieron, como me ocurre siempre, esas líneas irregulares de comunicación en las cuales expresamos nuestros sentimientos más profundos. A semejanza de un impulso de amor romántico, me pareció que la nota me sumergía más profundamente en la tarde.
El cielo era azul. Parecía música. Acababa de cortar el pasto y su fragancia impregnaba el aire. Me recordaba esos avances y esas promesas de amor que practicamos cuando somos jóvenes. A1 final de una carrera pedestre uno se echa sobre la hierba, junto a la pista, jadeante, y el ardor con que abraza la hierba de la escuela es una promesa a la cual se atendrá todos los días de su vida. Mientras pensaba en cosas pacíficas, advertí que las hormigas negras habían vencido a las rojas, y estaban retirando del campo los cadáveres. Pasó volando un petirrojo, perseguido por dos grajos. El gato estaba en el seto de uvas, acechando a un gorrión.


Fragmento del relato Una visión del mundo , de John Cheever , fallecido el 18 de junio de 1982.

El 18 de junio de 1933 nacía Jerzy Kosinski
El 18 de junio de 1936 fallecía Máximo Gorki
El 18 de junio de 1982 fallecía Djuna Barnes
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Eduardo Wilde

Eduardo Wilde

Entrando a su edad madura Boris a habérselas con el mundo, fue convicto y confeso de materialista: mientras tanto lo hemos visto tan idealista que solamente lo quimérico era lo real para él.
(Estas páginas están llenas de anacronismos; se incurre en ellos porque a veces un hecho mental, como se indica en la advertencia puesta al principio del volumen, viene a ser confirmado por una idea de actualidad. Boris escribió a larga distancia de su infancia, el relato de la corta vida y de la temprana muerte de un niño. Lo escribió para probar a los mentecatos que sabía sentir: ellos lo ignoraban.)
El cuento publicado fue decisivo: nadie pudo leerlo sin llorar; y lo peor del caso es que el mismo autor, al corregir sus páginas dejaba caer en ella gruesas lágrimas, el niño imaginario se había vuelto real en su conciencia; lo veía, lo quería, lo festejaba, lo compadecía, y cuando recordaba que lo había muerto en el relato de pura invención, lo miraba y veía que le hacía reproches con su cara angelical y triste desde el cielo, por su extrema crueldad; lo cual le sugería el intento de escribir otro en que el niño continuase viviendo.
Pero si no le hubiera muerto no habría hecho llorar a los que tan erróneamente lo juzgaban.


Fragmento de Aguas abajo , de Eduardo Wilde , nacido el 15 de junio de 1844.

El 15 de junio de 1990 fallecía Luis Vidales
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Salvatore Quasimodo

Salvatore Quasimodo

En el perezoso andar de los cielos
la estación se muestra: al viento nueva,
al almendro que alumbra
planos de sombra aéreos
nubes de sombra y mieses:
y reconstruye las sepultas voces
de arenales y zanjas,
de días fabulosos de gracia.

Toda hierba ramifícase
y el ansia se apodera de las remotas aguas
de gélidos laureles nudos dioses paganos;
helos ahí, salen del fondo entre guijarros
y tumbados duermen celestiales.


Aries , poema de Salvatore Quasimodo , fallecido el 14 de junio de 1968.

El 14 de junio de 1936 fallecía Gilbert Keith Chesterton
El 14 de junio de 1986 fallecía Jorge Luis Borges
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Yeats

Yeats

¿Por qué no habrían de rabiar los viejos?
Algunos conocieron a un muchacho con futuro
que buen pulso tenía en la pesca con anzuelo
convertirse en un periodista borracho;
a una muchacha que supo todo Dante de memoria
vivir para parir hijos de un necio;
a una Helena de sueño benéfico y social
subir a gritar en una vagoneta.
Algunos piensan que es cosa natural que el destino
deba matar de hambre a los buenos
y a los malos hacer progresar;
que si sus vecinos imaginaran claramente,
como en una pantalla iluminada,
ni una sola historia encontrarían
de una mente feliz que no quebrara,
o de un final digno del comienzo.
Los jóvenes no saben nada sobre esto.
Los viejos, que todo lo observan, bien lo conocen;
y cuando saben lo que dicen los libros de antes,
y que nada mejor se puede esperar,
saben por qué habría de rabiar un viejo.


¿Por qué no habrían de rabiar los viejos? , poema de William Butler Yeats , nacido el 13 de junio de 1865.

El 13 de junio de 1874 nacía Leopoldo Lugones
El 13 de junio de 1888 nacía Fernando Pessoa
El 13 de junio de 1910 nacía Gonzalo Torrente Ballester
El 13 de junio de 1917 nacía Augusto Roa Bastos
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Charles Kingsley

Charles Kingsley

No debes decir que tal cosa no existe o que tal otra va en contra de la naturaleza. No sabes qué es la naturaleza, ni de lo que es capaz, ni nadie lo sabe, ni siquiera Sir Roderick Murchison, el profesor Owen, el profesor Sedgwick, el profesor Huxley, el señor Darwin, el profesor Faraday, el señor Grove, ni ninguno de los grandes hombres a quienes a los buenos chicos se les enseña que han de respetar. Son hombres muy sabios y debes escuchar respetuosamente todo lo que digan. Incluso si dijeran, lo cual estoy seguro que nunca harían, que «es imposible que tal cosa exista, que va en contra de la naturaleza», debes esperar un poco y pensarlo, pues puede que hasta ellos se equivoquen. Los únicos que hablan de «es imposible que exista» o «va en contra de la naturaleza» son los niños que leen los Razonamientos de la Tía Agitate o las Conversaciones del Primo Cramchild, o los tipos que van a conferencias populares y atienden a un hombre que señala unos cuantos dibujos feos sobre la pared o huele con muy mal gusto botellitas y chorlitos, durante una hora o dos, cualificando eso de anatomía o química. A los hombres sabios les asusta afirmar que exista algo que vaya en contra de la naturaleza, salvo si se opone a una verdad matemática, pues dos más dos no pueden ser cinco, dos líneas rectas no se pueden cruzar dos veces y una parte no puede ser igual de grande que el todo, y así sucesivamente (al menos, de momento así lo parece). Sin embargo, cuanto más sabios son los hombres, menos hablan de «imposible».

Fragmento de Los niños del agua , de Charles Kingsley , nacido el 12 de junio de 1819.

El 12 de junio de 1892 nacía Djuna Barnes
El 12 de junio de 1929 nacía Ana Frank
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