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Juan José Saer

Juan José Saer

En la primavera naciente, el clima nos deparó también sorpresas y transtornos, pero al mismo tiempo, gracias a eso, placer y novedad. Lo que en otras partes del mundo son chubascos primaverales, allá eran verdaderas tormentas de nieve, cortas y repentinas, pero tan fuertes que en pocos minutos el cielo, hasta ese momento de un azul intenso y brillante, se ponía negro, y la nevisca brumosa empezaba a caer, remolineando con violencia por espacio de quince o veinte minutos. Los colores animados de Viena se borroneaban en la nevada, la bruma, el cielo oscuro, el agua helada, y el pequeño mundo que había sido hasta ese momento reluciente, íntimo y acogedor, un poco cursi también a causa de su predilección por el mármol y los oros atormentados, se volvía lejano, extraño y fantasmal. En el reverso del despliegue verde, rosa y dorado, parecía flotar un país desconocido, sin lugar propio ni en el espacio, ni en el tiempo, ni en la experiencia. Un mediodía, esa penumbra incolora, que escamoteó en unos pocos minutos la transparencia soleada del aire, trajo a la rastra truenos y relámpagos que hacían vibrar las cosas con un estruendo amenazador, después de haberles otorgado durante unos segundos una palidez verdosa que las volvía todavía más espectrales. Y detrás de ese aluvión precipitado de nieve el sol brillante reaparecía con la misma labilidad repentina con que, unos momentos antes, se había volatilizado detrás de las capas espesas de nubes negras, haciendo destellar el follaje, las estatuas y las extensiones inmaculadas de nieve que cubrían el césped de los parques y de los jardines.
Lo que fue transtorno y sorpresa el primer día, al rato la costumbre lo transformó en broma, en estrategia, en delicia. Al azar de nuestros paseos íbamos alertas, tratando siempre de prever la nevisca y tener a mano el portal, la arcada, el museo o el café al que iríamos a refugiarnos cuando la tormenta se desencadenara. Pero el sábado a la mañana, mientras paseábamos por el Naschmark, entre la doble hilera de mariscos y de pescados del Danubio, de naranjas y de frutas exóticas, llegadas el día anterior del Brasil o de Madagascar, de bacalao en salmuera y de pepinos en vinagre envasados en Polonia, de extracto de tomate siciliano y de arenques del Báltico, dejándonos arrastrar por la muchedumbre y atascándonos a veces en los remolinos de gente, la tormenta de nieve fue tan densa, violenta y repentina que, por no tener a mano uno de esos pequeños restaurantes húngaros donde sirven un goulash humeante y una buena jarra de cerveza por unas pocas monedas, nos metimos en el primer lugar que por decir así se nos presentó y que, como lo ostentaba sin inhibiciones la fachada azul y blanca, resultó ser una taberna griega.


Fragmento del relato Nieve de primavera , de Juan José Saer , fallecido el 11 de junio de 2005.

El 11 de junio de 1899 nacía Yasunari Kawabata
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Joe Haldeman

Joe Haldeman

En realidad no tenía sentido entrenarnos para el frío. Era sólo la típica lógica a medias de los militares. Seguramente allá a donde íbamos hacía frío, pero no frío de hielo o de nieve. Casi por definición, los planetas portales mantenían una temperatura constante de dos grados sobre el cero absoluto, ya que los colapsares no brillan; y el primer escalofrío equivalía a la muerte.
Hacía ya doce años, cuando yo tenía diez, descubrieron el salto por colapsar. Bastaba con arrojar un objeto contra un colapsar a velocidad suficiente para que apareciera en otra parte de la galaxia. No se tardó mucho en descubrir la fórmula por la cual era posible predecir el punto en donde aparecería: el objeto viajaba por la misma «línea» (una geodésica einsteiniana, en realidad) que seguiría si no hubiese tropezado con el colapsar, hasta llegar a otro campo colapsar donde reaparecía, rebotando con la misma velocidad que llevaba al aproximarse al primero. El tiempo transcurrido entre ambos puntos: exactamente cero.
Hubo mucho trabajo para los físicos matemáticos, que tuvieron que cambiar la definición de simultaneidad y echar a un lado la relatividad general y volverla a reconstruir. Los políticos, en cambio, se sintieron muy felices, pues podían enviar una nave llena de colonos a Fomalhaut mucho más económicamente que lo que costaba antes poner un puñado de hombres en la Luna. Había mucha gente, según los políticos, que estaría mejor en Fomalhaut, llevando a cabo una gloriosa aventura, en vez de estar causando problemas en la Tierra.


Fragmento de La guerra interminable , de Joe Haldeman , nacido el 9 de junio de 1943.

El 9 de junio de 1870 fallecía Charles Dickens
El 9 de junio de 1974 fallecía Miguel Angel Asturias
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George Sand

George Sand

Pasé el otoño y el invierno siguiente en Nohant, cuidando a Maurice. En la primavera de 1824 se apoderó de mí una gran tristeza cuya causa no puedo decir. Era por todo y por nada. Nohant había mejorado, pero estaba alterado; la casa tenía otro ritmo; el jardín, otro aspecto. Había más orden; se permitían menos excesos a los criados; las habitaciones estaban mejor arregladas; las avenidas más despejadas; los viveros habían aumentado; con los árboles caídos habían hecho leña; se mataron los perros viejos, enfermos y sucios, se vendieron los viejos caballos que estaban fuera de servicio, en una palabra, se había renovado todo. Era evidente que estaba todo mejor. Esa actividad, por otra parte, ocupaba y contentaba a mi marido. Yo no podía menos que aprobar y no tenía ningún motivo para lamentar nada, excepto el espíritu de esas modificaciones. Cuando estos cambios se realizaron, cuando ya no vi más al viejo Phanor acostarse junto a la chimenea y poner sus patas sobre la alfombra, cuando me dijeron que el viejo pavo real que picoteaba en la mano de mi abuela no se comería más las fresas del jardín, cuando no pude hallar los rincones umbrosos y descuidados que habían presenciado mis juegos infantiles y mis ensueños de adolescente, cuando, por fin, un interior renovado me anunció un futuro en el que no figurarían ninguna de mis alegrías ni mis penas anteriores, me sentí enferma, y sin razonar, sin conciencia de un mal concreto, me sentí oprimida por la angustia: mi vida tomó entonces un carácter morboso.

Fragmento de Historia de mi vida , de George Sand , fallecida el 8 de junio de 1876.

El 8 de junio de 1903 nacía Marguerite Yourcenar
El 8 de junio de 1910 nacía María Luisa Bombal
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El corazón del limo

El corazón del limo

I

Ya corazón del limo,
vida en delta
que frente al mar se extiende,
desemboca
rumor, mece los juncos
como limpia
la ceguera quebrada
por la luz
del mes de mayo.

II

Ya no es cruel la tarde
de la espera
que oblicuo sol obliga y
noche atiende,
ya no me esperas tú, ya
no me dejas
un cálculo de tiempos,
esa suerte
temblor de lo impreciso.


Poemas del libro El corazón del limo , de Javier Cubero Egea , que se presenta el próximo lunes 11 de junio en el Ateneo de Barcelona .

El 6 de junio de 1799 nacía Alexander Pushkin
El 6 de junio de 1843 fallecía Friedrich Hölderlin
El 6 de junio de 1875 nacía Thomas Mann
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Stephen Crane

Stephen Crane

Una de las peculiares desventajas que ofrece el mar está en el hecho de que, luego de haber logrado pasar una ola, se descubre que hay otra detrás, tan importante como la anterior y que posee la misma impaciencia nerviosa por hacer algo eficaz con relación a las embarcaciones a punto de naufragar. En un bote de diez pies se puede obtener, en lo tocante a las olas, una idea de los recursos del mar que no es asequible a la experiencia común, ya que ésta nunca se halla en el mar dentro de un bote. En el momento de aproximarse, cada una de las murallas de pizarra ocultaba el resto a la mirada de los cuatro hombres de la embarcación, y no resultaba difícil imaginar que esa ola en especial representaba la erupción decisiva del océano, el último esfuerzo de las aguas inflexibles. Había algo de tremendo en el garbo con que avanzaban las olas y éstas iban surgiendo en silencio, salvo el bramido de las crestas.
A la luz pálida, los rostros de los hombres deben haber estado grises; sus ojos brillado en forma extraña mientras miraban, continua y fijamente, en dirección a popa. Visto desde un balcón, todo el espectáculo hubiera resultado, sin duda, maravillosamente pintoresco. Pero a los hombres del bote les faltaba tiempo para comprenderlo y, de haberlo tenido, otras cosas hubiesen ocupado sus mentes.
Allá arriba, el sol giraba progresivamente en el cielo, y ellos sabían que era pleno día porque el color de pizarra del oleaje se había transformado en un verde esmeralda abigarrado con luces de ámbar, y la espuma era como un torbellino de nieve. El proceso del amanecer les era desconocido. Sólo se enteraban de este hecho a través del color de las olas que se precipitaban hacia ellos.


Fragmento del relato El bote abierto , de Stephen Crane , fallecido el 5 de junio de 1900.

El 5 de junio de 1898 nacía Federico García Lorca
El 5 de junio de 1910 fallecía W.S. Porter (O Henry)
Rampa nº 5 ya en la red.
Nuevas actualizaciones en Letralia y Almiar
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Allen Ginsberg

Allen Ginsberg

Ahora lloro todo el tiempo.
Lloré toda la calle cuando abandoné el Tambaleante Ayuntamiento de Seattle.
Lloré escuchando a Bach
Lloré mirando las alegres flores de mi patio, lloré ante la tristeza de los árboles maduros.

La felicidad existe lo puedo sentir.
Lloré por mi alma, lloré por el alma del mundo.
El mundo tiene un alma bellísima.
Dios apareciendo para ser visto y llorado. Corazón desbordante de Paterson.


Lágrimas , poema de Allen Ginsberg , nacido el 3 de junio de 1926

El 3 de junio de 1924 fallecía Franz Kafka
El 3 de junio de 1963 fallecía Nazim Hikmet
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Sade

Sade

Entramos en la iglesia, las puertas se cierran, se enciende una lámpara cerca del confesonario. Severino me dice que me coloque; se sienta y me invita a confiarme a él con total seguridad.
Absolutamente tranquila con un hombre que me parecía tan dulce, después de haberme arrodillado, no le oculto nada. Le confieso todas mis faltas; le comunico todos mis infortunios; le muestro incluso la marca vergonzosa con que me ha señalado el bárbaro Rodin. Severino lo escucha todo con la mayor atención, me hace incluso repetir algunos detalles con aire de piedad y de interés; pero, sin embargo, algunos gestos y algunas palabras lo traicionaron: ¡ay de mí!, sólo después me di cuenta; cuando me sentí más tranquila respecto a este acontecimiento, me resultó imposible no recordar que el monje se había permitido repetidas veces unos gestos que demostraban que la pasión tenía mucho que ver en las preguntas que me hacía, y que esas preguntas no sólo se detenían con complacencia en los detalles obscenos, sino que se demoraban incluso con afectación sobre los cinco puntos siguientes:
Primero, si era cierto que yo era huérfana y nacida en París. Segundo, si era verdad que no tenía parientes, ni amigos, ni protección, ni nadie a quien pudiera escribir. Tercero, si sólo había confiado a la pastora que me había hablado del convento la intención que tenía de ir allí, y si no había acordado con ella reencontrarme a la vuelta. Cuarto, si era cierto que no había visto a nadie después de mi violación, y si estaba segura de que el hombre que había abusado de mí lo había hecho tanto del lado que la naturaleza condena como del que permite. Quinto, si creía que no había sido seguida, y que nadie me había visto entrar en el convento.


Fragmento de Justine o los infortunios de la virtud , del Marqués de Sade , nacido el 2 de junio de 1740.

El 2 de junio de 1840 nacía Thomas Hardy
El 2 de junio de 1903 nacía Max Aub
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Macedonio Fernández

Macedonio Fernández

Colón se encontraba en Italia cuando nació. Aunque esto le ocurrió a Colón, como a todos los hombres, en un día y año, la fecha exacta no la tenemos hoy: se habrá echado a perder por no haber sido guardada en un lugar seco y frío; lo cierto es que hoy hombres poderosos o ricos o de celebridad no disponen de esa fecha que los más humildes de Génova la supieron de memoria instantes después. Sólo hay de cierto que el hecho ocurrió en uno de los días de su primer año de existencia y que el día de su nacimiento fue tan exacto como el mejor del año en exactitud. Es una fantasía incomprensible, una teoría a la que nada de tonto le falta, sostener que nació en un día inexacto como alegar que nació en varios lugares: dos o tres de España y uno de Italia, además del de nacimiento. No hay discreción en rodear de estas tinieblas a las fechas y lugares de los recienvenidos de talento.
Lo cierto fue que el asombro de verse nacido en Génova y tan Cristóbal Colón ya, no le duró tres minutos; desde la cama descubrió continentes en el dormitorio y luego en la cocina los fue descubriendo mayores: a los tres años se hartó de conocer una variedad de humeantes y relucientes receptáculos. Con estas oportunidades sabrosas fueron los contenidos lo que le azuzó a descubrir a América.


Fragmento de Continuación de la Nada , de Macedonio Fernández , nacido el 1 de junio de 1874.

El 1 de junio de 1941 fallecía Hugh Walpole
El 1 de junio de 1983 fallecía Anna Seghers
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Oswald Spengler

Oswald Spengler

Es bien sabido que todo organismo tiene su ritmo, su figura, su duración determinada, e igual sucede a todas las manifestaciones de su vida. Nadie supondrá que un roble centenario se halle ahora a punto de comenzar su evolución. Nadie creerá que un gusano, al que se ve crecer todos los días, vaya a seguir creciendo así un par de años más. Todo el mundo, en tales casos, posee con absoluta certeza el sentimiento de un límite, que es idéntico al sentimiento de las formas orgánicas. Pero cuando se trata de la historia de las grandes formas humanas, domina un optimismo ilimitadamente trivial respecto al futuro. Entonces enmudece toda experiencia histórica y orgánica y cada cual acierta a descubrir en el presente, cualquiera que sea, los síntomas o iniciaciones de un magnífico «progreso» lineal, no porque lo demuestre la ciencia, sino porque así lo desea él. Entonces se cuenta con posibilidades ilimitadas —nunca con un término natural—, y partiendo de la situación del momento, se bosqueja una ingenua construcción de lo que ha de seguir.
Pero «la humanidad» no tiene un fin, una idea, un plan; como no tiene fin ni plan la especie de las mariposas o de las orquídeas. «Humanidad» es un concepto zoológico o una palabra vana. Que desaparezca este fantasma del círculo de problemas referentes a la forma histórica, y se verán surgir con sorprendente abundancia las verdaderas formas. Hay aquí una insondable riqueza, profundidad y movilidad de lo viviente, que hasta ahora ha permanecido oculta bajo una frase vacía, un esquema seco, o unos «ideales» personales.


Fragmento de La decadencia de occidente , de Oswald Spengler , nacido el 29 de mayo de 1880.

El 29 de mayo de 1874 nacía Gilbert Keith Chesterton
El 29 de mayo de 1892 nacía Alfonsina Storni
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Josep Roth

Josep Roth

Un atardecer de la primavera de 1934, un caballero de edad madura descendía por las escalinatas de piedra que, desde uno de los puentes sobre el Sena, conducen a la orilla. Como sabrá casi todo el mundo, aunque la ocasión merece rememorar este hecho en la mente del lector, allí suelen dormir, o, mejor dicho, acampar los clochards de París.
Y uno de esos clochards fue como por azar al encuentro del caballero de edad madura, que por cierto iba bien trajeado y daba la impresión de ser un viajero que se propone contemplar las curiosidades de las ciudades que visita. Aunque aquel clochard ofrecía ciertamente el mismo aspecto harapiento y digno de compasión que todos aquellos con quienes compartía su infortunio, parecía sin embargo merecedor de la atención especial del caballero de edad madura bien trajeado. Mas no nos es dado conocer la causa de tal preferencia.
Como queda dicho, estaba atardeciendo, y bajo los puentes, a orillas del río, la oscuridad era ya más cerrada que arriba en los muelles y sobre los puentes. Aquel hombre sin hogar y manifiestamente desaliñado avanzaba con paso vacilante. No parecía percatarse de la presencia del caballero mayor bien trajeado. Más éste, que no vacilaba en absoluto sino que con total aplomo dirigía sus pasos directamente hacia el vacilante clochard, por lo visto le había descubierto desde lejos. El caballero de edad madura le cerró prácticamente el paso. Ambos detuvieron sus pasos, frente a frente.


Fragmento de La leyenda del Santo Bebedor , de Josep Roth , fallecido el 27 de mayo de 1939.

El 27 de mayo de 1867 nacía Enoch Arnold Bennett
El 27 de mayo de 1945 nacía Cristina Fernández Cubas
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Ralph Waldo Emerson

Ralph Waldo Emerson

Los antiguos griegos llamaban al mundo kosmos, belleza. La constitución de todas las cosas, o el poder plástico del ojo humano son tales, que las formas primordiales como el cielo, la montaña, el árbol, el animal nos provocan deleite en y por sí mismas, un goce que surge de su perfil, color, movimiento y manera de agruparlas. Esto parece deberse en parte al ojo mismo, que es el mejor de los artistas. Mediante la acción recíproca de su estructura y de las leyes de la luz, se produce la perspectiva, que integra cada masa de objetos -cualquiera que sea su carácter- en un colorido y bien sombreado globo, de tal modo que allí donde los objetos individuales son vulgares y anodinos, el paisaje que ellos componen es acabado y simétrico. Y así como el ojo es el mejor de los compositores, la luz es la primera entre los pintores. No hay objeto tan execrable que no se vuelva hermoso bajo la luz intensa. Y el estímulo que esta ofrece a los sentidos, y una suerte de infinitud que posee, como el espacio y el tiempo, hace que toda la materia se alboroce. Hasta un cadáver tiene su peculiar belleza. Pero aparte de esta gracia general difundida por la naturaleza, casi todas y cada una de las formas son agradables a los ojos, como lo prueban nuestras interminables imitaciones de algunas de ellas: la bellota, la uva, la piña, la espiga de trigo, el huevo, las alas y el cuerpo de la mayoría de los pájaros, la garra de león, la serpiente, la mariposa, las conchas marinas, las llamas, las nubes, los capullos, las hojas y las formas de numerosos árboles, como la palmera.

Fragmento de El espiritu de la naturaleza , de Ralph Waldo Emerson , nacido el 25 de mayo de 1803

El 25 de mayo de 1681 fallecía Pedro Calderón de la Barca
El 25 de mayo de 2006 en Al_Andar...
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Mijaíl Shólojov

Mijaíl Shólojov

Para San Filipp, después de la vigilia, cayo la primera nieve. Por la noche sopló el viento del Don, hizo susurrar en la estepa la hierba salpicada de escarcha, festoneó los oblicuos caballones de nieve y lamió hasta desnudarlo el espinazo bacheado de los caminos.
La noche envolvía el pueblo en silencio de una oscuridad verdosa. Más allá de las casas dormitaba la estepa sin arar, invadida por las malas hierbas.
A medianoche aulló sordamente un lobo en los barrancos. Los perros le contestaron en la stanitsa, y el abuelo Gavrila se despertó. Sentado en el relleno de la estufa, recostado en la chimenea y con las piernas colgando, estuvo tosiendo mucho rato, luego escupió y buscó a tientas la petaca.
Todas las noches se despierta el abuelo después del primer canto de los gallos y allí se sienta, fuma, tose arrancando los esputos de los pulmones y, en los intervalos entre los ahogos, los pensamientos siguen en la imaginación la trocha habitual y trillada. Sólo en una cosa piensa el abuelo: en el hijo desaparecido en la guerra.
Había tenido uno solo: el primero y el último. Para él trabajaba sin descanso. Llegado el momento de que se marchara al frente contra los rojos, llevó una yunta de bueyes al mercado y, con lo que dieron por ellos, compró a un calmuco un caballo de combate que no era un caballo sino una tormenta desencadenada en la estepa.


Fragmento del relato Sangre extraña , de Mijaíl Shólojov , nacido el 24 de mayo de 1905.

El 24 de mayo de 1899 nacía Henri Michaux
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Karlheinz Deschner

Karlheinz Deschner

La conversión de Armenia fue obra de Gregorio el iluminador, el apóstol de los armenios. Converso al cristianismo en Cesárea, empezó a predicar la nueva religión hacia el año 280, cuando Trdat reconquistó Armenia. Tenía gran ascendiente sobre Khosrovidukht, una hermana del rey, gracias a lo cual acabó gozando de la privanza del soberano..., proceso bien característico, pues sabemos que el clero siempre se ha servido de las mujeres, las hermanas, las esposas o las queridas de los príncipes para llegar a dominar a éstos; por este procedimiento se logró la «cristianización» de naciones enteras.
Persuadido por su hermana, el rey Trdat envió finalmente a la Cesárea una delegación encabezada por Gregorio; una vez allí, el ordinario Leoncio le hizo obispo y cabeza espiritual de la Iglesia armenia. Poco después se convirtieron Trdat y su esposo Arshken, promulgándose un edicto por el cual todos los subditos (como cuenta Sozomenos, historiador de la Iglesia) quedaron obligados a abrazar la religión del monarca; se trata de la primera proclamación del cristianismo como religión oficial, aunque desde el siglo IV la fecha exacta de la disposición es objeto de controversias, debido sobre todo a que casi todos los cronistas eclesiásticos de la época silenciaron el caso sistemáticamente.
Por extraño que eso pueda parecemos y mientras se sigue discutiendo la fecha, queda el hecho de que la proclamación del cristianismo como religión oficial de Armenia inicia un período de tremendas persecuciones contra el paganismo.
Respaldado y protegido por el rey, Gregorio se dedicó a destruir concienzudamente los templos para reemplazarlos por iglesias cristianas, que además fueron dotadas con generosidad. En Ashtishat, la antigua Artaxata, que había sido un centro destacado del politeísmo, «el maravilloso Gregorio» (Fausto de Bizancio) arrasó el templo de Vahagn (Hércules), el de Astiik (Venus) y el de Anahit; luego construyó una espléndida iglesia cristiana destinada a ser el nuevo «santuario nacional» de Armenia.


Fragmento de la Historia criminal del cristianismo , de Karlheinz Deschner , nacido el 23 de mayo de 1924.

El 23 o 24 de mayo de 1896 fallecía José Asunción Silva
El 23 de mayo de 1906 fallecía Henrik Ibsen
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El Cronista (14.0) y Letralia (164)

El Cronista (14.0) y Letralia (164)

Ya está disponible el nuevo número (versión 14.0 / abril 2007) de la revista de creación El Cronista de la Red .


También el nº 164 de la revista Letralia .

 

El 22 de mayo de 1808 nacía Gérard de Nerval
El 22 de mayo de 1859 nacía Arthur Conan Doyle
El 22 de mayo de 1885 fallecía Victor Hugo
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René Daumal

René Daumal

Salimos de La Rochelle , hicimos escala en las Azores, en Guadalupe, en Colón y después de atravesar el Canal de Panamá penetramos en el Pacífico sur en el transcurso de la primera semana de noviembre .
Fue en uno de esos días cuando Sogol nos explicó por qué había que tratar de penetrar en el continente invisible por el oeste, a la puesta del sol, y no por el este, a la salida del sol: es porque entonces, igual que en el experimento de la cámara caliente de Franklin, una corriente de aire frío, proveniente del mar, debía precipitarse hacia las capas inferiores, sobrecalentadas, de la atmósfera del Monte Análogo. En esa forma seríamos aspirados al interior, mientras que al alba y por el este, seríamos rechazados violentamente. Este resultado era, además, simbólicamente previsible. Las civilizaciones, en su movimiento natural de degeneración, se mueven de este a oeste. Para retornar a las fuentes, había que ir en sentido contrario.
Una vez que llegáramos a la región que debía encontrarse al oeste del Monte Análogo, habría que ir tanteando. Avanzábamos a poca velocidad y en el momento en que el disco solar estaba por tocar el horizonte, poníamos la proa hacia oriente y esperábamos, respirando apenas y escudriñando hasta que el sol desaparecía del todo. El mar era hermoso. Pero la espera dura. Así fueron pasando días y más días, cada atardecer con esos pocos minutos de esperanza e interrogantes. La duda y la impaciencia empezaban a asomarse a bordo del Imposible. Felizmente, Sogol nos había advertido que quizá tales tanteos podían llevarnos de uno a dos meses.
Nos aguantábamos. A menudo, para ocupar las difíciles horas que seguían al crepúsculo , nos contábamos cuentos.


Fragmento de la novela El Monte Análogo , de René Daumal , fallecido el 21 de mayo de 1944.

El 21 de mayo de 1688 nacía Alexander Pope
El 21 de mayo de 1955 fallecía Andrés Eloy Blanco

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Max Beerbohm

Max Beerbohm

El duque no intentaba romper el silencio glacial en el que Zuleika caminaba. Su enojo era un lujo para él, pues pronto iba a ser disipado. Al cabo de un momento, ella misma se acusaría de su mezquindad. Allí estaba él, que iba a morir por ella; y allí estaba ella, culpándole de su falta de modales. Decididamente, el esclavo empuñaba el látigo. Le lanzó una mirada oblicua y no pudo reprimir una sonrisa. Después sus facciones recobraron la compostura. El Triunfo de la Muerte no debía ser tratado a la ligera. Quería morir porque de ese modo consumaría conmovedoramente su amor, lo expresaría de manera total, de una vez y para siempre... Y ella... ¿cómo saber si, por lo que él habría hecho, llegaría ilógicamente a amarlo? Quizá pasaría la vida llorándole. La veía inclinada sobre su tumba, en bellas actitudes humildes, bajo un cielo sin estrellas, regando las violetas con sus lágrimas.
¡Sombras de Novalis , de Friedrich Schlegel y de tantos otros despreciables divagadores! No les hizo caso. Debía ser práctico. La cuestión era: ¿cuándo y cómo morir? El momento: cuanto antes mejor. La manera: menos fácil de decidir. No debía morir de un modo horrible, no sin dignidad. ¿A la manera de los filósofos romanos? Imposible.


Fragmento de la novela Zuleika Dobson , de Max Beerbohm , fallecido el 20 de mayo de 1956

El 20 de mayo de 1799 nacía Honoré de Balzac
El 20 de mayo de 1806 nacía John Stuart Mill
El 20 de mayo de 2004 en Al_Andar...
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Elvio Romero

Elvio Romero

Un fuego de víspera se lucía, pleno y meteórico, en la prístina transparencia de aquel diciembre de 1931. El flúor de algo nuevo, superpuesto al otro negro emplazado en la España devota y paralizada, pinta de color festivo y feliz los aires de la República del 14 de abril, que Jean Cassou llamó de "regocijo y de verbena". Miguel Hernández llegó a Madrid en medio del fúlgido entusiasmo, ocho meses después de que se hiciera flamear la bandera republicana sobre las torres feudales, que por no haber sido demolidas, seguirían como amenaza en latencia del general regocijo. Sean como sean las puntuaciones de corrección que puedan darse a la actuación tímida de la burguesía española, que luego de varias tentativas frustradas, consiguió el respiro que significaron esos años, y que por demasiado confiar o por demasiadas vacilaciones, no pudo parar el monstruoso engendro de traidora falacia que la sorprendió después, dormida y timorata, no es posible dejar de ver la urgencia y la prisa con que el espíritu español enseñó en esos años su opulencia y su impregnación porvenir. Lo que sobresalta es esa maravillosa soltura creadora que en el aliento libre y sin trabucación alguna le dio rápida preeminencia. Lo que Miguel Hernández quería ver, había de sobra. Si desde lejos le hechizó el claror del movimiento artístico madrileño, de cerca debió sentirse atravesado por su claridad real y milagrosa; si allá le sofocaba la decoración antigua del ambiente sin preñez innovadora, encontró la expansiva fibra de la inteligencia, de la poesía corriendo aguas abajo y exponiendo su lucidez plateada, su original y misterioso impulso, su alarde audaz en la frente de esos días en que se derogaban los gestos desusados, con varas mágicas, depuradoras.
Encontró un aire pletórico de fervores. El acento poético –al que mayor atención prestaba– tenía intensas lumbraradas. Rodaba la moneda lírica con inéditos tintineos. Allí se encontraban los poetas que él leía y admiraba: Alberti , Aleixandre , Cernuda , Salinas , Guillén y otros, además de los orientadores Bergamín y Alonso, todos ya con obra y cada cual con rumbo propio en aquel inquieto 1931. La poesía bajaba a la calle, y con idéntica magia e idéntico sortilegio que ayer, venía a recoger la palpitación que emanaba de los hechos del pueblo.


Fragmento del libro Miguel Hernández, destino y poesía , de Elvio Romero , fallecido el 19 de mayo de 2004

El 19 de mayo de 1864 fallecía Nathaniel Hawthorne
El 19 de mayo de 1895 fallecía el poeta José Martí
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W. G. Sebald

W. G. Sebald

Al final, no quedaba otro remedio que resumir todo aquello de lo que no se sabía nada con la ridícula frase «la batalla oscilaba de un lado a otro» u otra igualmente inepta e inútil. Todos nosotros, incluso los que creemos haber prestado atención a lo más mínimo, recurrimos sólo a decorados que se han utilizado con harta frecuencia en la escena. Tratamos de presentar la realidad, pero, cuanto más nos esforzamos, tanto más se nos impone lo que siempre se ha visto en el teatro histórico: el tambor caído, el soldado de infantería que apuñala a otro, el ojo desorbitado de un caballo, el invulnerable emperador, rodeado de sus generales, en medio del fragor congelado de la batalla. Nuestra dedicación a la historia, según la tesis de Hilary, era una dedicación a imágenes prefabricadas, grabadas ya en el interior de nuestras mentes, a las que no hacemos más que mirar mientras la verdad se encuentra en otra parte, en algún lugar apartado todavía no descubierto por nadie. También a mí, añadió Austerlitz, a pesar de las muchas descripciones que he leído, me ha quedado sólo de la batalla de los tres emperadores la imagen de la caída de los aliados. Todo intento de comprender el desarrollo de las llamadas vicisitudes del combate desemboca inevitablemente en esa escena, en que los soldados rusos y austriacos huyen a pie y a caballo sobre los helados estanques de Satschen. Veo las balas de cañón suspendidas una eternidad en el aire, veo otras cayendo en el hielo, veo a los desgraciados, con los brazos en alto, resbalarse de los témpanos que se vuelcan, y lo veo, curiosamente, no con mis propios ojos, sino con los del miope mariscal Davout, que ha llegado a marchas forzadas desde Viena con sus regimientos y que, con las gafas atadas en la nuca con dos cintas, parece en medio de esa batalla uno de los primeros automovilistas o aviadores. Si hoy pienso en las exposiciones de André Hilary, dijo Austerlitz, recuerdo también otra vez la idea que entonces se me ocurrió de estar vinculado de alguna forma misteriosa al glorioso pasado del pueblo francés. Cuantas más veces pronunciaba Hilary ante la clase la palabra Austerlitz, tanto más se convertía en mi nombre, y tanto más claramente creía reconocer que lo que al principio había sentido como una mancha vergonzosa, se había transformado en un punto luminoso que flotaba continuamente ante mí, tan prometedor como el sol del propio Austerlitz al levantarse sobre la niebla de diciembre.

Fragmento de la novela Austerlitz , de Winfred Georg Sebald , nacido el 18 de mayo de 1944

El 18 de mayo de 1872 nacía Bertrand Russell
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August Strindberg

August Strindberg

Juan.- ¡Qué extraña es usted!
Julia.- Es posible; pero también usted lo es. Todo es extraño en general. La vida, los hombres; todo es igual a un bloque de hielo, arrastrado de un lado a otro sobre la superficie del agua, hasta que se hunde, se hunde... Tengo un sueño que se me repite con frecuencia y en el cual se me ocurre pensar ahora. Me veo sentada sobre una columna altísima, sin medios para poder bajar; me da vértigo el mirar hacia abajo, pero he de mirar, y me falta valor para tirarme; ya no me puedo sostener, y anhelo caer, pero no caigo; y no tengo sosiego, no tengo alegría hasta hallarme abajo, hasta verme en el suelo. Mas, cuando llego al suelo, deseo descender más, hundirme bajo la tierra. ¿Ha experimentado usted alguna vez algo semejante?
Juan.- No, señorita, no. Yo suelo soñar que estoy tendido bajo un árbol recio y frondoso en lo más intrincado de la selva. Deseo subir, subir a las últimas ramas para poder admirar el claro paisaje a mi alrededor, donde el sol brilla, y robar en lo alto el nido de los pájaros de huevos de oro. Y trepo, trepo; pero el tronco es tan grueso y tan escurridizo y está tan lejos la primera rama... Pero estoy cierto de que si llegase a asirme de esa primera rama, podría llegar a lo alto como si subiese por una escalera. No la he alcanzado aún, pero la alcanzaré, aunque sea sólo en sueños.


Fragmento de La señorita Julia , de Johan August Strindberg , fallecido el 14 de mayo de 1912.

El 13 de mayo de 1840 nacía Alphonse Daudet
El 13 de mayo de 1907 nacía Daphne Du Maurier
El 14 de mayo de 1925 fallecía Henry Rider Haggard
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Marco Denevi

Marco Denevi

Los lunes lo vigilábamos. A mediodía, después de almorzar, cambiaba de traje, se iba vestido como un jailaife. Claro, era el día en que se reunía con ella. Seguimos leyéndole las cartas, a escondidas, con mucha discreción, porque la señorita Eufrasia, que es un demonio de perversidad, como yo digo, le falta la bola de cristal y la lechuza al hombro, parecía haber olido algo y nos la encontrábamos por todas partes, como si se hubiese multiplicado por diez. Menudo jaleo se hubiera armado si nos sorprendía con una carta rosa en la mano. No nos importaba por Camilo, que era como de la familia y nos hubiese perdonado; pero por los otros, ¿sabe usted?, por los otros, porque en seguida iban a pensar que lo mismo hacíamos con la correspondencia de ellos, amén de que la señorita Eufrasia habría hecho tal escándalo, que hasta en los diarios hubiera salido. No quiera usted saber las precauciones que tuvimos que adoptar. Pero la cuitada sospechaba, sospechaba, y aparecía silenciosamente por puertas y ventanas, salía tras de una planta, olvidaba pedir permiso para entrar en mi cuarto, quería a cada minuto alguna cosa, un vaso de agua, la plancha, un limón exprimido. La ansiedad y la rabia la volvían pálida y seca como una escoba. Y cuando cada miércoles me entregaba el consabido sobre rosa, me miraba de una manera, señor, tan acusadora, que a mí se me subían los colores a la cara.

Fragmento de la novela Rosaura a las diez , de Marco Denevi , nacido el 12 de mayo de 1922.

El 12 de mayo de 1828 nacía Dante Gabriel Rossetti
El 12 de mayo de 1921 fallecía Emilia Pardo Bazán
El 12 de mayo de 2004 en Al_Andar...
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