Jean Ray
Andaba.
No pensaba en asombrarme por ello exorbitantemente. Sin duda, Elodie y la gente que le rodeaba se habían equivocado al creerme clavado en el lecho por una inexplicable parálisis.
Andaba por encima de la arena, suave como fieltro.
Era uno de esos hermosos días que enero destina, a veces, a los pueblos situados a orillas del mar, pleno de luz y de suavidad primaveral.
Una columna de humo subía de una hondonada de la duna y descubrí allí una casita de pescador. Al acercarme oí el chirrido de una muestra de hierro pintada.
Inscripciones torpes cantaban la bondad de la cerveza y del vino de sus bodegas y la excelencia de su cocina. El retrato de un hombre gordo color canario, de ojos bizcos y cabeza rapada, terminada por una larga y delgada trenza, anunciaba al transeúnte que el albergue aislado se llamaba «El Chino Sagaz».
Empujé la puerta y me encontré solo en una especie de cuadrado, de paredes de madera de pino americano, alrededor del cual reinaban acogedoras banquetas de cuero.
El mostrador, que limitaba al fondo, estaba cubierto de frascos y de canecos y los licores lucían en ellos con tonos de oriflama.
Llamé, golpeando la madera sonora del mostrador.
Nadie me contestó, y, a decir verdad, yo no esperaba a nadie.
De repente sentí la angustiosa sensación de no estar ya solo.
Miré a mi alrededor y viré sobre mis talones con lento movimiento de rotación para que nada pudiese escapar a mis ojos.
La taberna estaba vacía, pero la presencia era innegable.
Hubo un momento en que yo creí descubrirla en un rincón de la banqueta del fondo.
Pero no, no era más que un nuevo engaño de mis sentidos. La mesa brillaba, vacía y limpia, y el humo no era más que un juego de reflejos.
Al minuto después, la ilusión se renovaba; esta vez puramente auditiva.
Oí el choque de un vaso que se deja y el chirrido de una pipa al encenderse.
Mis miradas se deslizaron a lo largo de las banquetas y se posaron en el otro ángulo, el más oscuro de la sala. Vi la forma.
Fragmento de la novela Malpertuis , de Jean Ray , nacido el 8 de julio de 1857.
No pensaba en asombrarme por ello exorbitantemente. Sin duda, Elodie y la gente que le rodeaba se habían equivocado al creerme clavado en el lecho por una inexplicable parálisis.
Andaba por encima de la arena, suave como fieltro.
Era uno de esos hermosos días que enero destina, a veces, a los pueblos situados a orillas del mar, pleno de luz y de suavidad primaveral.
Una columna de humo subía de una hondonada de la duna y descubrí allí una casita de pescador. Al acercarme oí el chirrido de una muestra de hierro pintada.
Inscripciones torpes cantaban la bondad de la cerveza y del vino de sus bodegas y la excelencia de su cocina. El retrato de un hombre gordo color canario, de ojos bizcos y cabeza rapada, terminada por una larga y delgada trenza, anunciaba al transeúnte que el albergue aislado se llamaba «El Chino Sagaz».
Empujé la puerta y me encontré solo en una especie de cuadrado, de paredes de madera de pino americano, alrededor del cual reinaban acogedoras banquetas de cuero.
El mostrador, que limitaba al fondo, estaba cubierto de frascos y de canecos y los licores lucían en ellos con tonos de oriflama.
Llamé, golpeando la madera sonora del mostrador.
Nadie me contestó, y, a decir verdad, yo no esperaba a nadie.
De repente sentí la angustiosa sensación de no estar ya solo.
Miré a mi alrededor y viré sobre mis talones con lento movimiento de rotación para que nada pudiese escapar a mis ojos.
La taberna estaba vacía, pero la presencia era innegable.
Hubo un momento en que yo creí descubrirla en un rincón de la banqueta del fondo.
Pero no, no era más que un nuevo engaño de mis sentidos. La mesa brillaba, vacía y limpia, y el humo no era más que un juego de reflejos.
Al minuto después, la ilusión se renovaba; esta vez puramente auditiva.
Oí el choque de un vaso que se deja y el chirrido de una pipa al encenderse.
Mis miradas se deslizaron a lo largo de las banquetas y se posaron en el otro ángulo, el más oscuro de la sala. Vi la forma.
Fragmento de la novela Malpertuis , de Jean Ray , nacido el 8 de julio de 1857.
El 8 de julio de 1956 fallecía Giovanni PapiniComentarios
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