Giovannino Guareschi
Don Camilo era un perfecto hombre de bien, pero junto con una formidable pasión por la caza tenía una espléndida escopeta con admirables cartuchos "Walsrode".
Además, el coto del barón Stocco distaba solamente cinco kilómetros del pueblo y constituía una verdadera tentación, no sólo por la caza que encerraba, sino también porque las gallinas de la comarca sabían que bastaba refugiarse detrás del alambrado para poder reírseles en la cara a quienes pretendían retorcerles el pescuezo.
Nada de extraño, por consiguiente, que una tarde don Camilo, con sotana, anchos pantalones de fustán y un sombrerote de fieltro en la cabeza, se encontrara dentro del coto del barón. La carne es débil y aun más débil la carne de los cazadores. Y tampoco es de extrañar que a don Camilo se le escapara un tiro que fulminó a una liebre de un metro de largo. La vio en tierra, la colocó en el morral y ya se disponía a batirse en retirada cuando topó de improviso con alguien. Entonces calóse el sombrero hasta las cejas y le disparó al bulto un cabezazo en el estómago para derribarlo boca arriba, pues no era propio que en el pueblo se supiera que el párroco había sido sorprendido por el guardabosque cazando furtivamente en vedado.
El lío fue que el otro había tenido la misma idea del cabezazo, y así, las dos calabazas se encontraron a medio camino. Fue tan potente el encontronazo que los mandó de rebote a sentarse en el suelo con un terremoto en la cabeza.
-Un melón tan duro no puede pertenecer sino a nuestro bien amado señor alcalde -refunfuñó don Camilo apenas se le hubo despejado la vista.
-Una calabaza de esta especie no puede pertenecer sino a nuestro bien amado arcipreste -repuso Pepón rascándose la cabeza.
El caso es que también Pepón cazaba furtivamente en el lugar y tenía, también él, una gruesa liebre en el morral.
Fragmento de la novela Don Camilo (Un mundo pequeño) , de Giovannino Guareschi , fallecido el 22 de julio de 1968.
Además, el coto del barón Stocco distaba solamente cinco kilómetros del pueblo y constituía una verdadera tentación, no sólo por la caza que encerraba, sino también porque las gallinas de la comarca sabían que bastaba refugiarse detrás del alambrado para poder reírseles en la cara a quienes pretendían retorcerles el pescuezo.
Nada de extraño, por consiguiente, que una tarde don Camilo, con sotana, anchos pantalones de fustán y un sombrerote de fieltro en la cabeza, se encontrara dentro del coto del barón. La carne es débil y aun más débil la carne de los cazadores. Y tampoco es de extrañar que a don Camilo se le escapara un tiro que fulminó a una liebre de un metro de largo. La vio en tierra, la colocó en el morral y ya se disponía a batirse en retirada cuando topó de improviso con alguien. Entonces calóse el sombrero hasta las cejas y le disparó al bulto un cabezazo en el estómago para derribarlo boca arriba, pues no era propio que en el pueblo se supiera que el párroco había sido sorprendido por el guardabosque cazando furtivamente en vedado.
El lío fue que el otro había tenido la misma idea del cabezazo, y así, las dos calabazas se encontraron a medio camino. Fue tan potente el encontronazo que los mandó de rebote a sentarse en el suelo con un terremoto en la cabeza.
-Un melón tan duro no puede pertenecer sino a nuestro bien amado señor alcalde -refunfuñó don Camilo apenas se le hubo despejado la vista.
-Una calabaza de esta especie no puede pertenecer sino a nuestro bien amado arcipreste -repuso Pepón rascándose la cabeza.
El caso es que también Pepón cazaba furtivamente en el lugar y tenía, también él, una gruesa liebre en el morral.
Fragmento de la novela Don Camilo (Un mundo pequeño) , de Giovannino Guareschi , fallecido el 22 de julio de 1968.
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