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George Bernard Shaw

George Bernard Shaw

Este desierto tiene su oasis. Cerca del extremo de la calle de Hackney hay un parque de doscientos diecisiete acres, cercado, no por una verja, sino por una valla de madera, grandes extensiones de césped y multitud de árboles, un lago para bañarse, macizos de flores que son orgullo de la tan admirada jardinería alfombrera de Londres, y un arenal, en un principio traído de una playa, para recreo de los niños, pero pronto abandonado, al trocarse en un criadero natural de toda la fauna menor de Kingsland, Hackney y Hoxton. Entre sus atracciones se encuentran también un tablado para la banda de música, una tribuna para oradores religiosos, antirreligiosos y políticos, un sitio para jugar al cricket, un gimnasio y un antiguo quiosco de piedra. Allí donde la vista está limitada por árboles o altozanos verdes, hay belleza; pero donde el suelo se extiende hasta la valla de tablas grises tras la que se divisan ladrillos, mortero, numerosas chimeneas y humo, el aspecto es desolado y sórdido.

Fragmento del primer acto de la obra teatral Cándida, de George Bernard Shaw , que murió el 2 de noviembre de 1950.

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Lord Dunsany

Lord Dunsany

El Bureau d’ Échange de Maux


A menudo pienso en el Bureau d’Échange de Maux y en el viejo extraordinariamente perverso que se sentaba allí dentro. Estaba ubicado en un callejón que hay en París; el portal estaba construido con tres vigas marrones de madera, la de arriba superpuesta a las otras dos como la letra griega pi, el resto pintado de verde, una casa mucho más baja y estrecha que sus vecinas e infinitamente más extraña, cosa que me gustaba. Y sobre el portal, en la viga marrón, en letras de un amarillo desteñido rezaba esta leyenda: «Bureau d´ Échange de Maux».

Así comienza el cuento El Bureau d’ Échange de Maux , de Lord Dunsany

Descargar cuento completo (PDF)

Otros cuentos del mismo autor:
Bethmoora
Más allá de los confines del mundo

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Veneno

Veneno

Creedme: Es en verdad un mal valle, ése de la tristeza, para quedarse a vivir en él.
No hay, oídme bien, ni un solo árbol verdadero, ni un pájaro cuyo canto consiga despertar un destello de magia, ni siquiera un arroyo de aguas transparentes junto al que detener un momento nuestro arduo peregrinaje. Sólo encontraréis allí un exiguo manantial que destila un veneno lento, lentísimo, que el tiempo va inoculando gota a gota en las venas. Lo malo es cuando (a veces pasa, hay gente que le pasa, no pueden evitarlo, les pasa y es casi inconcebible y ojalá que nunca nunca nunca sepamos que se siente) el veneno se convierte en droga y te engancha y comprendes de repente que ya no hay vuelta atrás, y sientes que te estás muriendo -que eso te está matando- y al mismo tiempo sabes que tampoco podrías vivir fuera de ese lugar, porque en el exterior no existe nada respirable. Yo conocí una mujer que contrajo esa enfermedad; estuve cerca, muy cerca de ella, tan cerca que fue imposible (lo supe desde el primer momento) evitar el contagio, imposible permanecer inmune a ese veneno, y también, -¡cómo olvidarlo!- imposible no amarla sin palabras, no morirse un poco en cada lágrima que manaba de sus ojos, no irse olvidando, poco a poco, de los caminos de retorno, de la posibilidad de retornar a cualquier parte, de la mera existencia de otro sitio que no fuera ese valle donde hasta el rumor del viento es una ausencia.

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H_P_Lovecraft

H_P_Lovecraft

La maldición que cayó sobre Sarnath

Existe en la tierra de Mnar un lago vasto de aguas tranquilas al que ningún río alimenta y del cual tampoco fluye río alguno. En sus orillas se alzaba, hace diez mil años, la poderosa ciudad de Sarnath, mas hoy ya no existe allí ciudad alguna.

Se dice que, en un tiempo inmemorial, cuando el mundo era joven y ni aun los hombres de Sarnath habían llegado a la tierra de Mnar, a la orilla de aquel lago se alzaba otra ciudad: la ciudad de Ib, construida en piedra gris, que era tan antigua como el propio lago y estaba habitada por seres que no resultaba agradable contemplar. Muy extraños y deformes eran tales seres, cual corresponde en verdad a seres pertenecientes a un mundo apenas esbozado, aún sólo toscamente empezado a modelar. En los cilindros de arcilla de Kadatheron está escrito que los habitantes de Ib eran, por su color, tan verdes como el lago y las nieblas que de él se elevan;

Fragmento de la narración La maldición que cayó sobre Sarnath, de Howard Philips Lovecraft, nacido en Providence el 20 de agosto de 1890.

Leer cuento completo

Otros cuentos de Lovecraft:
La llamada de Cthulhu
La música de Erich Zann

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Miguel Angel Asturias

Miguel Angel Asturias

¡El Volcán despejado era la guerra!

Se iba apagando el día entre las piedras húmedas de la ciudad, a sorbos, como se consume el fuego en la ceniza. Cielo de cáscara de naranja, la sangre de las pitahayas goteaba entre las nubes, a veces coloreadas de rojo y a veces rubias como el pelo del maíz o el cuero de los pumas.
En lo alto del templo, un vigilante vio pasar una nube a ras del lago, casi besando el agua, y posarse a los pies del volcán. La nube se detuvo, y tan pronto como el sacerdote la vio cerrar los ojos, sin recogerse el manto, que arrastraba a lo largo de las escaleras, bajó al templo gritando que la guerra había concluido. Dejaba caer los brazos, como un pájaro las alas, al escapar el grito de sus labios, alzándolos de nuevo a cada grito. En el atrio, hacia Poniente, el sol puso en sus barbas, como en las piedras de la ciudad, un poco de algo que moría...


Fragmento del cuento Leyenda del tesoro del Lugar Florido , del escritor guatemalteco Miguel Angel Asturias , fallecido el 9 de junio de 1974 en Madrid.

EOM 29

EOM 29

Ya está en la red el nº 29 de la revista EOM, con sus habituales secciones:

AGUA

Illya Alvarado
- Imágenes de España, Italia y Portugal.
Fabio Borquez - Retratos de Here, There and Everywhere (2)
Ileana Andrea Gómez Gavinoser - Los enigmas

AIRE

Paul Claudel
- Diecisiete frases para abanicos, traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán
Vicent Andrés Estellés - Tres poemas, traducción de Carlos Vitale
Pablo García Casado - Poemas de amor y carretera
Lucía Estrada - Poemas del libro inédito Grimorio
Jorge Gómez Jiménez - Poemas de La piel oscura del cielo
Carlos Pineda - Variación primera sobre un tema ovidiano
Martín Salas Ávila - Poemas del libro Marrón
Antonio Leal - Poemas provinciales (selección)
Víctor Raúl Jaramillo - La quijada del súbdito
José Elgarresta - El gorrión
Héctor Leonel Reyes Mora - Aparición de otoño

TIERRA

Winston Morales Chavarro
- La memoria poética e histórica en Boletín y elegía de las mitas (Mita Llakimanta Arawi), de César Dávila Andrade
Salvador Gutiérrez Solís - Cuatro relatos
Juan Diego Incardona - El hombre de las botas de cuero en el camino de carbón y las infinitas muertes de Polixena
Ángel González García - El metro de Minorea
María de Lourdes Massimino - La última leyenda
Sergio Borao Llop - Feria
Araceli Otamendi - Pesadilla y Tardes de madres: Madres intelectuales II
Francisco Robles - IV
Juan Bidart - Adicción
Tres escritores brasileños, traducciones de Carlos Bonfim:
Caio Fernando Abreu - Dos relatos
Marina Colassanti - Antología de cuentos
Luis Fernando Veríssimo - Ocho narraciones.

FUEGO

Claudio Obregón Clairin
- De la Palabra
Adalberto Agudelo Duque - Del ensayo o del saber para ser
Salvador Enríquez - Bajo un pubis primerizo (Teatro mínimo)
Manuel Garrido Palacios - La paloma
Carlos Giménez Soria - El proceso: la manipulación del espacio
Ángel González García - Los pictos
Manuel Garrido Palacios - Dos orillas
Mónica Maud - Feria Internacional del Libro de Buenos Aires 2004. La vidriera de los argentinos de hoy
Editores y libros - Candaya: una editorial necesaria

En la imagen, El Duomo, fotografía de Illya Alvarado.

Chesterton

Chesterton

Si alguna vez, lector, te encuentras con un individuo de aquel selectísimo club de "Los Doce Pescadores Legítimos", cuando se dirigen al Vernon Hotel a la comida anual reglamentaria, advertirás, en cuanto se despoje del gabán, que su traje de noche es verde y no negro. Si -suponiendo que tengas la inmensa audacia de dirigirte a él- le preguntas el porqué, contestará probablemente que lo hace para que no lo confundan con un camarero y tú te retirarás desconcertado. Pero te habrás dejado atrás un misterio todavía no resuelto y una historia digna de contarse.
Si -para seguir en esta vena de conjeturas improbables- te encuentras con un curita muy suave y muy activo, llamado el padre Brown y lo interrogas sobre lo que él considera como la mayor suerte que ha tenido en su vida, tal vez te conteste que su mejor aventura fue la del Vernon Hotel, donde logró evitar un crimen y acaso salvar un alma, gracias al sencillo hecho de haber escuchado unos pasos por un pasillo. Está un poco orgulloso de la perspicacia que entonces demostró y no dejará de referirte el caso. Pero como es de todo punto inverosímil que logres levantarte tanto en la escala social para encontrarte con algún individuo de "Los Doce Pescadores Legítimos", o que te rebajes lo bastante entre los pillos y criminales para que el padre Brown dé contigo, me temo que nunca conozcas la historia, a menos que la oigas de mis labios.


Fragmento del cuento Las pisadas misteriosas, incluido en el libro El candor del padre Brown, del escritor británico Gilbert Keith Chesterton , nacido en Londres el 29 de mayo de 1874.

Henrik Ibsen

Henrik Ibsen

HEDDA .-- (Mira hacia el jardín y grita:) ¡Buenos días otra vez, señor Brack!
BRACK.-- (Desde abajo y algo distante.) ¡Buenos días, señora Tesman!
HEDDA.-- (Apuntando con el revolver.) Lo voy a matar, señor Brack.
BRACK.-- (Gritando desde abajo.) ¡No, no; no haga usted eso! ¡No me apunte!
HEDDA.-- Eso pasa cuando no se entra en las casas por donde es debido. (Dispara.)
BRACK.-- (Desde más cerca.) ¿Pero es que ha perdido usted el juicio?
HEDDA.-- ¡Señor! ¿Es que le he dado a usted acaso?
BRACK.-- (Desde afuera) ¡Por dios, déjese usted de esas locuras!
HEDDA.-- ¡Entre usted, entre usted!
BRACK.-- (Entra por la puerta de cristales. Se ha cambiado de traje para la fiesta de la noche; lleva al brazo un gabán ligero.) ¿Pero no ha dejado usted todavía ese deporte? Quisiera saber sobre qué blanco dispara usted.
HEDDA.-- Sobre ninguno; tiro al aire.

Fragmento del Acto segundo de la obra teatral Hedda Gabler, del escritor noruego Henrik Ibsen , fallecido el 23 de mayo de 1906.

Retornos de un poeta asesinado

Retornos de un poeta asesinado

Has vuelto a mí más viejo y triste en la dormida
luz de un sueño tranquilo de marzo, polvorientas
de un gris inesperado las sienes, y aquel bronce
de olivo que tu mágica juventud sostenía,
surcado por el signo de los años, lo mismo
que si la vida aquella que en vida no tuviste
la hubieras paso a paso ya vivido en la muerte.

Yo no sé qué has querido decirme en esta noche
con tu desprevenida visita, el fino traje
de alpaca luminosa, como recién cortado,
la corbata amarilla y el sufrido cabello
al aire, igual que entonces
por aquellos jardines de estudiantiles chopos
y calientes adelfas.

Tal vez hayas pensado -quiero explicarme ahora
ya en las claras afueras del sueño- que debías
llegar primero a mí desde esas subterráneas
raíces o escondidos manantiales en donde
desesperadamente penan tus huesos. Dime
confiésame, confiésame
si en el abrazo mudo que me has dado, en el tierno
ademán de ofrecerme una silla, en la simple
manera de sentarte junto a mí, de mirarme,
sonreír y en silencio, sin ninguna palabra,
dime si no has querido significar con eso
que, a pesar de las mínimas batallas que reñimos,
sigues unido a mí más que nunca en la muerte
por las veces que acaso
no lo estuvimos -¡ay, perdóname!- en la vida.

Si no es así, retorna nuevamente en el sueño
de otra noche a decírmelo.


Del libro Retornos de lo vivo lejano (1948-1956)
Rafael Alberti

Alfonso Reyes

Alfonso Reyes

En Saint Malo, el rugido de las olas y el trueno de la tempestad. En el solitario castillo de Combourg -fondo de sus recuerdos de niño-, el ceño paterno y los terrores nocturnos. Sus juegos infantiles con la hermana Lucila eran -como los de Santa Teresa y su hermano-, juegos de aventuras extraordinarias y de viajes a regiones desconocidas. Hacía mucho tiempo que Chateaubriand viajaba, en la imaginación, por América, cuando, en el año 1791, desembarcó en Baltimore.

Fragmento de Chateaubriand en América, texto incluido en el libro Retratos reales e imaginarios, de Alfonso Reyes , nacido en Monterrey el 17 de mayo de 1889.

Hubert Lampo

Hubert Lampo

Hubert Lampo es un profesor, periodista y escritor belga, nacido en Amberes en 1920. Extrañamente, no hay páginas en español que nos proporcionen más datos sobre este autor. En 1960 escribió una extraña novela titulada El advenimiento de Joachim Stiller.
En ella nos habla de un suceso que está por llegar. Las señales se adivinan por todas partes. El misterio inunda las páginas de esta novela. Hay anhelo y temor ante lo que haya de suceder.
He aquí dos breves fragmentos:

"En el periódico De Scheldebode publicará usted el día 14 de julio de 1957 un artículo sobre obras de reparación en la Kloosterstraat. Cuando reciba esta carta, el artículo ya habrá sido publicado. Aunque le sorprenda a usted mi interés por este asunto o aunque le parezca desproporcionado, le agradezco la atención prestada a este acontecimiento que, aparentemente, es de poca importancia. Anuncia otros fenómenos sobre los que de momento quiero guardar silencio. Tal vez alguien tome a mal su artículo, pero estoy seguro de que usted podrá resistirlo muy bien. Por lo tanto, si en un futuro próximo se presentan otros acontecimientos que, según su criterio, no corresponden a la lógica comúnmente aceptada, no dude usted nunca de la exactitud de lo que haya visto o tal vez oído. Por lo que a mí respecta, no voy a perderle de vista, pase lo que pase. Atentamente,"
Después de lo cual había, perfectamente legible, la firma: "Joachim Stiller".

...Igual que la tinta, el matasellos estaba también descolorido, pero no cabía duda de que estaba completamente intacto. Desconcertado leí: II.IX.19. Lo cual significaba, lógicamente -si es que en todo este asunto podía hablarse en absoluto de lógica-, que la carta había sido enviada más de un año y medio antes de mi nacimiento...

Fragmentos de la novela El advenimiento de Joachim Stiller, de Hubert Lampo 

El dominico blanco

El dominico blanco

Con nuestra casa empieza la calle, que mi memoria llama la Hilera de Panaderos. Es la primera y está sola.
Tres lados miran al campo, y desde el cuarto puedo tocar la pared de la casa vecina cuando abro nuestra ventana y me asomo, tan estrecha es la calle que separa ambos edificios.
La calle no tiene nombre porque es sólo un pasaje empinado -un pasaje como no debe de haber dos en el mundo-, un pasaje que une entre sí las dos orillas izquierdas del río; aquí cruza la lengua de tierra de aquel círculo de agua sobre el que vivimos.
Muy temprano por la mañana, cuando salgo a apagar los faroles, se abre una puerta de la casa vecina y una mano armada con una escoba tira virutas de madera al río, que luego las pasea alrededor de la ciudad hasta lanzarlas media hora más tarde, apenas a cincuenta metros de distancia, a la presa donde se despide con gran fragor.

Fragmento de la novela El Dominico blanco, de Gustav Meyrink

Maurice Maeterlinck

Maurice Maeterlinck

La vallisneria es una hierba bastante insignificante que no tiene nada de la gracia extraña del nenúfar o de ciertas cabelleras submarinas. Pero se diría que la naturaleza se ha complacido en poner en ella una hermosa idea. Toda la existencia de la pequeña planta transcurre en el fondo del agua, en una especie de semisueño, hasta la hora nupcial en que aspira a una vida nueva. Entonces la flor hembra desarrolla lentamente la larga espiral de su pedúnculo, sube, emerge, domina y se abre en la superficie del estanque. De un tronco vecino, las flores masculinas que la vislumbran a través del agua iluminada por el sol se elevan a su vez, llenas de esperanza, hacia la que se balancea, las espera y las llama en un mundo mágico. Pero a medio camino se sienten bruscamente retenidas: su tallo, manantial de vida, es demasiado corto; no alcanzarán jamás la mansión de luz, la única en que puede realizarse la unión de los estambres y del pistilo.
¿Hay en la naturaleza una inadvertencia o prueba más cruel? ¡Imaginaos el drama de ese deseo, lo inaccesible que se toca, la fatalidad transparente, lo imposible sin obstáculo visible!...


Fragmento del libro La inteligencia de las flores ,
del escritor belga Maurice Maeterlinck ,
que murió en Niza el 5 o 6 de mayo de 1949.

el interpretador

el interpretador

Ya está en la red el número 2 de la revista literaria el interpretador, correspondiente al mes de mayo.
La presente entrega se hace eco del asesinato de Axel Blumberg, acaecido el 24 de marzo en Buenos Aires, y de las repercusiones directas o indirectas que este suceso ha desatado en la vida del pueblo argentino.
Así, Juan Diego Incardona, en su editorial, nos pone en antecedentes y nos habla de "la cosa Blumberg", tema desarrollado en los siguientes artículos:
La cosa del caso, por Sebastián Hernaiz.
La vela tuerta -cavilaciones ordinarias sobre un tema excepcional-, por Sebastián Russo.
JCB, por Alejandra Esteso.
Axel y yo, por Juan Ramón, desentrañador gauchi político.
Muertos derecha, muertos izquierda, muertos ¿De quién son los muertos?, por Diego Manzano.
Sobre los medios, la clase media porteña y los cabecitas negras, por Marcela López y Juan Pablo Lafosse.
La hora del padre, por Klaus Schirmer.
A todos ellos se puede acceder en la sección ensayos/artículos/entrevistas. En esta misma sección, podemos encontrar asimismo los textos:
José Gabriel Ceballos: "Ser correntino es otra canción", por Carolina Sborovsky.
T.E.G: Tácticas y estrategias alrededor de Guantánamo Sobre El verdadero cuento del Tío Sam de Ezequiel Martínez Estrada y Siné, por Sebastián Hernaiz y
Mujer, muerte y ciudad en Nicolás Olivari Acerca de Nicolás Olivari (ensayo), por Alejandro Farías.

En el apartado Imagen podemos disfrutar de trabajos de Noemí Tolosa, Marina Paez, Gabriela Muollo y Omar Grandoso.

En Historieta Alejandro Farías, Federico Mariño y Jerónimo Cerimedo nos presentan Dies Mercuri Primera parte del Capítulo I: "El fin de la familia".
Zap, Mr. Exes, Julián Bustos y Javier Palladino nos traen un cadáver exquisito titulado Vincent. Hoy: "Maldita sea".
Vicky Vitullo, con Mavi, la camarera, en "No esperes ayuda del cielo" y
Fernando Acosta/Eleonora Korsartz, con Valdemar, en ValdemarArte completan el cartel.

La sección Narrativa, la componen los relatos:
Una historia, de Ezequiel Vinacour.
Eyeston, de Juan Diego Incardona.
En las paredes de la fábrica de hombres (extracto), de Diego Arbit.
Homicidio, de Darío Semino.
Los descensos de Sísifo, de Juan Marcos Leotta.
Ceguera – Óxido – Temblor – Desenlace, de Yamila Bêgné.
Una selva en el campo, de Marcelo Svartman.
Persecución, de José Romero Pérez, y
La estación, de Sergio Borao Llop.

Por último, en Poesía, tenemos
Morir soñando - Soneto de Miguel de Unamuno escrito tres días antes de su muerte y retomado por los poetas españoles Aníbal Núñez, Francisco Castaño y Francisco Javier Cubero.
Algunos poemas del libro De regreso a Schuaima, de Winston Morales Chavarro.
Noticias, de Sebastián Hernaiz, y
Ellas y yo de Silvia Spinazzola (Silsh).

Winston Morales Chavarro

Winston Morales Chavarro

La Tejedora
(A Matilde Espinosa)

Bayadera
Bailarina de las sombras
Maga perenne de los cantos
Ínsula donde los sueños se levantan
Como cuchillo en mitad de las esferas.
¿Es ésta la oscuridad que te envuelve?
Ceguera dulce para comprender el cosmos,
Silencio negro para entonar el trueno
Rayo abisal para redoblar el viaje.

¿Es éste el espejo que te nombra?
¿El laberinto que nos llama?

Bayadera de brazaletes
De sueños y collares
¿Es ésta la pluma que remonta el vuelo?
¿El pequeño arco para disparar la flecha?
¿La diminuta puerta para comprender la huida?
Bailarina de las lluvias
Tejedora de santuarios

Bayadera de la noche
En la inconmensurable página del ser
En el inconsútil laberinto de las sombras
Me esperaban;
Desnudos,
Harapientos,
Los leones sosegados del destino.


Poema de Winston Morales Chavarro
Más poemas de este autor

Ítaca

Ítaca

Si vas a emprender viaje hacia Itaca,
pide que tu camino sea largo
y rico en aventuras y experiencias.
A lestrigones, cíclopes o al fiero
Poseidón nunca temas.
No hallarás tales seres en tu ruta
si alto es tu pensamiento y es limpia
la emoción de tu espíritu y tu cuerpo.
Nunca a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al fiero Poseidón has de encontrar
si no los llevas dentro de tu alma;
si no es tu alma quien ante ti los pone.

Pide que tu camino sea largo.
Que numerosas sean las mañanas
de verano en que arribes a bahías
nunca vistas, con ánimo gozoso.
Detente en los emporios de Fenicia,
adquiere hermosos bienes:
Madreperla y coral, ámbar y ébano,
perfumes deliciosos y diversos
- cuanto puedas invierte en voluptuosos
y delicados perfumes. Visita
muchas ciudades egipcias y aprende,
con avidez aprende de los sabios.

A Itaca tenla siempre en la memoria.
Llegar allá es tu meta,
mas no apresures el regreso.
Mejor que se dilate largos años
y en tu vejez arribes a la isla
con cuanto hayas ganado en el camino,
sin esperar que Itaca te enriquezca.
Un hermoso viaje te dio Itaca. Sin ella
el camino no hubieras emprendido.
Mas ninguna otra cosa puede darte.

Aunque pobre la encuentres, no hubo engaño.
Rico en saber y vida como has vuelto, comprendes
qué significan las Itacas.


Poema de Konstantinos Kavafis , nacido el 29 de abril de 1863 y fallecido este mismo día en 1933.
Más poemas de Kavafis

RAMPA

RAMPA

Ya ha salido el nº 3 de la revista RAMPA, un proyecto de integración cultural iberoamericana que cuenta en este número con autores de Argentina, Colombia, Cuba, Chile y Puerto Rico.

Encabeza la sección Narrativa el cuento Azul, de Hugo Aqueveque; le siguen Panóptico, de Rafael Aguirre y El artista y su modelo, de Juan Gustavo Cobo Borda.

Comparten la sección Ensayo Carlos Bedoya, con Los fuegos sagrados; Rubén López Rodrigué, con García Lorca tras los turbios cristales y Guadi Calvo, con En busca de las antiguas voces.

También podemos ver muestras del trabajo de los poetas Pablo Cassi y César Augusto Terrero, en la sección Poesía, y los comentarios de Wilmer Colón sobre la obra de su compatriota Jesús González, en la sección Plástica.

Daniel Defoe

Daniel Defoe

Es bien cierto que, desde el primer momento en que empecé a tener trato con él, estaba resuelta a permitirle que se acostase conmigo, dado caso que me lo propusiera; pero era tan sólo porque necesitaba de su ayuda y no conocía ninguna otra manera de asegurármela. Pero cuando nos hallamos juntos aquella noche, y, según tengo dicho, llegamos a tales extremos, comprobé la debilidad de mi postura. no pude resistir a la tentación y me vi movida a concedérselo todo antes de que me lo pidiera.
Y sin embargo, fue tan justo conmigo que nunca me echó en cara esto, ni en ninguna ocasión expresó el menor disgusto por mi comportamiento, sino que siempre hizo protestas de estar tan satisfecho de mi compañía como la primera hora que estuvimos juntos, quiero decir juntos en la cama.


Fragmento de la novela Venturas y desventuras de la famosa Moll Flanders, del escritor inglés Daniel Defoe , fallecido, según diferentes versiones, el 24 o el 26 de abril de 1731. El mundo le recuerda, sobre todo, por Robinson Crusoe.

Manuel Mújica Láinez

Manuel Mújica Láinez

Era, en medio de tanta sordidez, una visión de trasmundo, de otro mundo, de un mundo quimérico, mucho más hipotético ahora que el que nos oprimía con su olor y sus formas, de ese mundo maravilloso que anunciaban en el comedor vecino, como desterrados profetas ásperos, las sillas de altaneros monogramas. La descabellada intervención de la Nena había contribuido a hacer de la imagen algo irreal, incomparable. Duma surgía en el esplendor de su hermosura de unas nubes espantosas, roqueñas, que le aprisionaban el busto. La Nena había completado su obra añadiéndole una aureola plateada, en su afán de metamorfosearla vaya uno a saber en qué, posiblemente en una virgen, ya que se la destinaba a una cabecera. Y ese nimbo burdo y esas nubes de piedra y de cartón contrastaban con la enamorada delicadeza con que Philibert Chénier había modelado el rostro puro, había dado color e intensidad a los ojos miopes, esmaltadamente azules, y había expresado la transparencia de la piel de Duma.

Fragmento de la novela Los ídolos, de Manuel Mújica Láinez , fallecido el 21 de abril de 1984.

Monólogo del insumiso

Monólogo del insumiso

Poseí a la huérfana la noche misma en que velábamos a su padre a la luz parpadeante de los cirios. (¡Oh, si pudiera decir esto mismo con otras palabras!)

Como todo se sabe en este mundo, la cosa llegó a oídos del viejecillo que mira nuestro siglo a través de sus maliciosos quevedos. Me refiero a ese anciano señor que preside las letras mexicanas tocado con el gorro de dormir de los memorialistas, y que me vapuleó en plena calle con su enfurecido bastón, ante la ineficacia de la policía ciudadana. Recibí también una corrosiva lluvia de injurias proferidas con voz aguda y furiosa. Y todo gracias a que el incorrecto patriarca, ¡el diablo se lo lleve!, estaba enamorado de la dulce muchacha que desde ahora me aborrece.


Fragmento del cuento Monólogo del insumiso, de Juan José Arreola.
Descargar cuento completo