Los rostros prohibidos de la música
Una finísima lluvia comenzaba a empapar las aceras cuando apagué las luces y cerré la puerta de la cervecería. Echando un desesperanzado vistazo a las oscuras nubes, me apresuré a bajar la persiana metálica asegurándola con el enorme candado de seguridad. Conecté la alarma y, ajustándome con prudencia el sombrero, salvé a grandes zancadas la poca distancia que me separaba de la Avenida. Refugiado bajo un providencial toldo que algún comerciante despistado se había olvidado de levantar, oteé el horizonte iluminado en busca de algún lugar donde guarecerme hasta que pasase la tormenta.
De Los rostros prohibidos de la música
Sergio Borao Llop
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