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Al_andar

W. G. Sebald

W. G. Sebald Al final, no quedaba otro remedio que resumir todo aquello de lo que no se sabía nada con la ridícula frase «la batalla oscilaba de un lado a otro» u otra igualmente inepta e inútil. Todos nosotros, incluso los que creemos haber prestado atención a lo más mínimo, recurrimos sólo a decorados que se han utilizado con harta frecuencia en la escena. Tratamos de presentar la realidad, pero, cuanto más nos esforzamos, tanto más se nos impone lo que siempre se ha visto en el teatro histórico: el tambor caído, el soldado de infantería que apuñala a otro, el ojo desorbitado de un caballo, el invulnerable emperador, rodeado de sus generales, en medio del fragor congelado de la batalla. Nuestra dedicación a la historia, según la tesis de Hilary, era una dedicación a imágenes prefabricadas, grabadas ya en el interior de nuestras mentes, a las que no hacemos más que mirar mientras la verdad se encuentra en otra parte, en algún lugar apartado todavía no descubierto por nadie. También a mí, añadió Austerlitz, a pesar de las muchas descripciones que he leído, me ha quedado sólo de la batalla de los tres emperadores la imagen de la caída de los aliados. Todo intento de comprender el desarrollo de las llamadas vicisitudes del combate desemboca inevitablemente en esa escena, en que los soldados rusos y austriacos huyen a pie y a caballo sobre los helados estanques de Satschen. Veo las balas de cañón suspendidas una eternidad en el aire, veo otras cayendo en el hielo, veo a los desgraciados, con los brazos en alto, resbalarse de los témpanos que se vuelcan, y lo veo, curiosamente, no con mis propios ojos, sino con los del miope mariscal Davout, que ha llegado a marchas forzadas desde Viena con sus regimientos y que, con las gafas atadas en la nuca con dos cintas, parece en medio de esa batalla uno de los primeros automovilistas o aviadores. Si hoy pienso en las exposiciones de André Hilary, dijo Austerlitz, recuerdo también otra vez la idea que entonces se me ocurrió de estar vinculado de alguna forma misteriosa al glorioso pasado del pueblo francés. Cuantas más veces pronunciaba Hilary ante la clase la palabra Austerlitz, tanto más se convertía en mi nombre, y tanto más claramente creía reconocer que lo que al principio había sentido como una mancha vergonzosa, se había transformado en un punto luminoso que flotaba continuamente ante mí, tan prometedor como el sol del propio Austerlitz al levantarse sobre la niebla de diciembre.

Fragmento de la novela Austerlitz , de Winfred Georg Sebald , nacido el 18 de mayo de 1944
El 18 de mayo de 1872 nacía Bertrand Russell
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