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Al_andar

Manuel Mújica Láinez

Manuel Mújica Láinez Era, en medio de tanta sordidez, una visión de trasmundo, de otro mundo, de un mundo quimérico, mucho más hipotético ahora que el que nos oprimía con su olor y sus formas, de ese mundo maravilloso que anunciaban en el comedor vecino, como desterrados profetas ásperos, las sillas de altaneros monogramas. La descabellada intervención de la Nena había contribuido a hacer de la imagen algo irreal, incomparable. Duma surgía en el esplendor de su hermosura de unas nubes espantosas, roqueñas, que le aprisionaban el busto. La Nena había completado su obra añadiéndole una aureola plateada, en su afán de metamorfosearla vaya uno a saber en qué, posiblemente en una virgen, ya que se la destinaba a una cabecera. Y ese nimbo burdo y esas nubes de piedra y de cartón contrastaban con la enamorada delicadeza con que Philibert Chénier había modelado el rostro puro, había dado color e intensidad a los ojos miopes, esmaltadamente azules, y había expresado la transparencia de la piel de Duma.

Fragmento de la novela Los ídolos, de Manuel Mújica Láinez , fallecido el 21 de abril de 1984.

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